Nadie puede negar hoy, sobre todo ningún
adulto debiera hacerlo, el hecho evidente de que la erotización se ha metido
como un humo invisible a vivir en nuestros hogares, en las escuelas, en todo el
ambiente social.
La erotización actual, unida al sentido
hedonista de la vida contemporánea, ha permitido que se dibujen con contornos
cada vez más fuertes en el fondo de cualquier escenario, las formas de mujeres
escasamente vestidas, sugestivas en sus colas prominentes, en pechos exultantes
que son utilizadas como medio para incitar a cualquier consumo: un auto, un
teléfono, un perfume, una casa y hasta
un terreno.
Todo objeto ofrecido utiliza las llamativas
formas de una mujer hermosa que tanto
llaman a comprar como a estimular el deseo primario de posesión.
No es de extrañar, entonces, que las
conversaciones, generalmente en voz baja, de niños, adolescentes y aún adultos
con pretensiones de haber llegado a la madurez, estén impregnadas de ese humo
sutil que se ha metido en las vidas actuales, televisión mediante.
Y las conversaciones suelen teñir la
intención y de allí deviene la acción.
En las escuelas los chicos también viven
ese clima que está dando tanto lugar a la temperatura de un desenfrenado y peligroso
erotismo. Un erotismo que de Eros, Dios del amor, ha perdido los nobles rasgos
que lo caracterizan: búsqueda, elección, conocimiento, respeto, cuidado y
responsabilidad del otro, quedándose con lo más liviano: el llamado del
instinto que urge ser satisfecho y hasta parece que de cualquier manera y con
cualquiera.
Por esa razón, aquí y allá, en hogares y
sobre todo escuelas y con cada vez más alarmante frecuencia, aparecen
casos de juegos eróticos en que suele
haber protagonistas de diversos rangos. A veces en el juego, la pulsión
desatada de uno o más encuentra a alguien a quien utiliza como objeto de placer,
victimizándolo, convirtiéndolo en objeto de su deseo. (Tal como sucede con esas
preciosas criaturas que venden sus cuerpos al mejor postor).
No es
de extrañar, entonces, que aparezcan hechos violentos intentos de violación aún
en niños, casos ante los que los
mayores, muchas veces sorprendidos, no encuentran mejor solución que tapar,
callando.
Sin embargo la realidad está allí bullendo
y creciendo. Por lo que:
¿Puede considerarse que es esta una
reacción inteligente? ¿Qué se logra con
la vieja actitud de esconder bajo la alfombra hechos evidentes que tienden a
multiplicarse?
Utilicemos la palabra. Es hora de hablar,
y hablar es una manera de educar. Educar es despertar conciencias.
A los mayores nos cuesta mucho hacerlo
porque no nos formamos en el hábito de tratar temas que incumben a la
intimidad, pero el momento actual exige,
sobre todo de quienes dirigen la vida de un hogar, de un aula, de una escuela,
de una institución, que se hable del tema tabú, la sexualidad- que de eso se
trata- que nos mantuvo tan oscurecidos.
Ahora el destape, el atropello de la
invitación al goce fácil del placer sexual, llega metido en canciones, en
videos, en las computadoras, en el cine, en las imágenes que se han regado en
la realidad. ¿Cómo salir al cruce de un desenfrenado erotismo, tan mal
entendido, que hoy despierta solamente lo instintivo apabullando lo humano que
en cada uno alienta?
Utilicemos el diálogo, la palabra. No lo
dejemos pasar.
Los mayores debemos y podemos hacer mucho
para exaltar, palabra mediante, lo que nos hace diferentes en la escala de los
seres vivos, humanos, lo que hace la vida digna de ser vivida.
Y es la realidad, esa misma realidad que
solo parece, en su alocada carrera, arremeter contra todo valor, la que nos
brinda para dárselo a los menores, el ejemplo de vidas perdidas, agostadas por
la depresión, la tristeza de saberse utilizadas como objetos de descarte, por
la violencia, el maltrato, lo que es decir de vidas muy infelices aunque muchas
hoy estén iluminadas por las cámaras pero que, a poco de seguir su curso muestran
al público, al que suelen deleitar, la parábola de vidas vividas sin sentido.
Tenemos la palabra y eso es educación
sexual, educación en su sentido genuino: transmitir significados que orientan
hacia el desarrollo pleno, hacia la construcción de la vida que cada uno lleva
potencialmente en sí y, en tiempo futuro para los más chicos a la formación de
vínculos sólidos.
Los que estamos conduciendo el timón de un
hogar, de una escuela tenemos la obligación de hacerlo: buscar las mejores, las
más prudentes, las menos escandalosas e hirientes palabras para llegar a los
niños y adolescentes a quienes la era actual- si la dejamos que siga haciendo-
conduce, indefectiblemente a su destrucción.
Y… ¿quién que ame a los niños, a los hijos,
a los alumnos, a los que están creciendo, permitiría que esto suceda?
Utilicemos la palabra. Debemos atrevernos
con la educación sexual.
Gladys
Seppi Fernández
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