LA MADUREZ MATERNA

Uno  de los aspectos menos tenidos en cuenta y por lo tanto escasamente tratados en las discusiones sobre el embarazo adolescente,  es cuánto incide en el desarrollo del hijo y su calidad de vida la inmadurez  o madurez materna. La madurez psíquica, la estabilidad emocional.
Las discusiones surgidas cuando se supo del embarazo de una niña de once años, las opiniones encontradas sobre si debe o no continuar con su embarazo,  hablan de que esos aspectos fundamentales, no son considerados.  
Sin embargo debiéramos pensar que cuando los seres humanos llegamos al mundo, somos tan desvalidos que necesitamos que un adulto, generalmente la madre, nos proteja, acompañe y estimule nuestro adecuado  desarrollo.
Para que esto sea posible es necesario que la madre -o quien la sustituya- tenga su cuerpo y psíquis debidamente maduros ya que recién entonces está en condiciones de darse a la noble, difícil  tarea de criar al  hijo.
          Entonces sí.  La madre amorosa abraza al bebé, lo acerca  a su calidez, le transmite amor a la vida, alegría de vivir; en cambio la mujer que no lo deseaba lo trata mal, se irrita con sus llantos, lo sostiene con incomodidad, no sabe darle abrigo, no tiene voluntad de acariciarlo, le mezquina su compañía, le cuesta vincularse con él, sonreírle y ese divorcio será muy difícil de superar cuando el niño crezca ya que los  primeros años  marcan de por vida.
Es importante saber que en la génesis de muchas deficiencias humanas, en las desconfianzas y celos, en la dependencia de otros a quienes se achaca la propia infelicidad porque no se asume la debida autonomía, está el haber nacido como un accidente, no ser el fruto de una relación fecunda y aceptada.
 Importantes estudios científicos, posibles en estos tiempos de sofisticada aparatología, revelan las marcas que imprimen en el feto las vivencias maternas, sus deseos, sus angustias y hasta su amor o desprecio por la vida.
El hijo indeseado- dicen los nuevos aportes científicos- nace con un déficit emocional que restará a su autoestima. Muchos de ellos- porque por suerte existen  excepciones- tendrán serias dificultades para vincularse, dar amor y hasta se manifestarán agresivos con los demás.
            Estos problemas, de cuya gravedad no se habla,  enfrenta a la familia y más tarde a la escuela y sociedad con chicos apáticos, inestables, retraídos, desafiantes o agresivos, muchos de ellos gente violenta  que disfraza su inseguridad y angustia vital recurriendo al alcohol y las drogas o con una prepotencia que simula que nada le importa.
Estos individuos- se nos advierte-  harán una vida difícil y llevarán a su vida de adultos el vacío de sus carencias.  No es difícil  imaginar, entonces, dónde buscar la raíz de tanto fracaso y violencia vincular.
La madre madura, en cambio, acepta, ama y cuida a su hijo, lo asiste, se preocupa por alimentarlo, le entrega su tiempo y compañía, advierte y casi adivina por total empatía lo que el niño necesita, le molesta o sucede. 
Se sabe también ahora que en el momento en que la madre acoge en su pecho al bebé, en el instante en que le da la teta y lo acaricia, cuando las manecitas de ese ser entregado a sus cuidados se encuentra con su tibieza y acaricia su piel, se produce la descarga de una sustancia llamada por los científicos “la hormona del amor”, la oxitocina. Esta sustancia se derrama en el cuerpo y la fuerza de su riego inunda de placidez al lactante y de conformidad a la madre, haciéndose una sola y fuerte corriente que fortalece los lazos de ambos y de esa manera se aumenta la confianza básica que el niño sentirá ante la vida que lo espera.
El sentirse aceptado, amado, protegido, marca el destino del hombre, desde su nacimiento y quienes reciben al nacer esa bendición tendrán más fuerza en su crecimiento,  ya que el cuidado y amor maternos  proveen a su apego a la vida.
Apoyados en estos últimos descubrimientos, podemos afirmar entonces la importancia de que la mujer llegue a  su maduración psicológica, para ser madre.
Por otro lado y  en relación al tema aportamos  importantes descubrimientos del especialista en neurología, Dr. Alfredo Oliva Delgado, de la  Universidad de Sevilla quien explica en su obra “Desarrollo cerebral y asunción de riesgos en la adolescencia” que muchas de las conductas características del adolescente como es la de asumir riesgos y buscar sensaciones nuevas y extremas, dependen de la maduración de la   corteza prefrontal o neocórtex cerebral, que permite el control de los impulsos, la anticipación de las consecuencias futuras, la capacidad de sentir empatía, etc., que recién culmina al llegar la tercera década de la vida. Este hecho, revelado por la ciencia actual, explica el porqué de una inadecuada autorregulación de la conducta cuando aún  se está adoleciendo.
Podemos deducir, entonces cuántos embarazos, y maternidades de niñas adolescentes son el producto de actitudes inmaduras, impulsivas y emocionales que han de limitar la acción permanente, perseverante, responsable puesta en la crianza del hijo. Difícil, casi imposible es sostener una atención amorosa del nacido por parte de quienes no tienen aún, por su edad, una madura autoconsciencia de sí mismas y del valor de la vida.   
        Los estudios mencionados revelan la importancia de llegar a la maternidad cuando se ha madurado  para evitar el nacimiento de hijos que sufrirán, de por vida,  graves trastornos producidos por la inicial carencia afectiva, por el rechazo materno y  la falta de convencimiento de la maternidad o paternidad oportuna. Creemos que es importante tenerlos en cuenta.

                                                  Gladys Seppi Fernández
                                                    Autora de libros de educación sexual adolescente.

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