“Los ricos defienden el aborto ilegal para mantenerlo en secreto y no pasar vergüenza. Estoy harto de que se nos mueran chicas pobres, en tanto las ricas abortan en secreto. Se nos mueren nenas en las sillas y en los sanatorios hacen fortuna sacándoles la vergüenza del vientre a las ricas. Con la ley del aborto legal no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas. El resto es educar”.
Remarcamos las palabras: “Con la ley del aborto no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas”.
Las palabras de nuestro mayor cardio cirujano iluminan una realidad:
Favaloro no cree que por existir una ley que permita a la mujer abortar en condiciones más seguras se vaya a desatar una onda abortiva, cree más bien que es necesario asegurar a la mujer que, una vez que ha tomado tan grave y dolorosa decisión, podrá hacerlo protegida en hospitales y no en manos de curanderas.
Por eso es necesario incorporar a un debate tan difícil la consideración de otras miradas como las de nuestro médico ilustre.
Personalmente siento que toda mujer le teme al aborto porque bien conocidos son los dolores físicos y psíquicos que provoca.
No sólo es una gran frustración, no sólo golpea con la fuerza de los mayores traumas, es también un golpe a la sensibilidad y al destino natural de la mujer, que es la maternidad.
Se han filmado gracias a los adelantos técnicos, las reacciones del feto ante la amenaza de su muerte. Son films conmovedores que ponen escarmiento en cualquier mujer.
Estremece ver imágenes del feto ante la amenaza de la muerte.
La difusión de estos videos puede actuar como buenos preventivos, Hay una vida allí, y experimenta el peligro. ¿Quién querría abortar sintiéndose la asesina de su propio hijo?
Sin embargo tampoco se habla y se desconocen imágenes del inmenso dolor que muerde todos los músculos, nervios, vísceras y ligamentos del cuerpo y también los del espíritu de la mujer que aborta, que queda separada de sí, fracturada internamente porque parte de sí misma se ha ido con el hijo que no pudo ser. Hay que estar en la piel de la que lo sufre. No. Nadie quiere abortar.
Ninguna mujer en su sano juicio y sabiendo de qué se trata se sometería voluntariamente a un aborto. Es demasiado alto el precio que debe pagar por un coito muchas veces humillante, al que la mayoría de las veces se sometió, sobre todo si es adolescente, estimulada por el clima hedonista actual, por el engaño, por la presión del compañero, por la imitación de sus amigas, por el contagio dela TV y la complicidad de la noche en los boliches que tanto excita. Pero más que nada y resumiendo las causas anteriores, por ignorancia.
LA SOLUCIÓN ES HABLAR ANTES, MUCHO ANTES
El tema de la sexualidad hablado a tiempo, conversado en familia o en la escuela, con especialistas, abre en la mente una ventana a la mejor prevención: la reflexión sobre las consecuencias de un momento de placer fugaz con un partenaire que suele desaparecer tan pronto como hubo logrado su objetivo de satisfacer un impulso instintivo.
Nada peor para la mujer y su salud psíquica que sentirse un objeto de placer y de descarte al que se agregará el tener que enfrentar, la mayoría de las veces abandonada y en soledad, la decisión de continuar o no con un embarazo que la angustia, con un hijo que no desea y cuyo desarrollo sano no podrá atender.
¿Cuál es la solución de justicia que puede administrar el Estado- léase cada gobierno en un país tan desarticulado como el nuestro- a situaciones semejantes?
Considero que el Estado lo que debe hacer es educar, hablar, difundir, generar conciencia. Pero no limitarse a dar preservativos en las escuelas o en las vísperas e las reuniones juveniles como lo está haciendo porque eso no es educar, más bien es decir:
“Vayan, disfruten del sexo pero con preservativos. Por lo demás no hay cuidado”.
Pero, además y fundamentalmente, las personas que se encuentran en situación de educar y difundir deben actualizar sus conocimientos en aspectos hasta acá muy poco considerados, estudiados tenidos en cuenta como es:
Las marcas del hijo indeseado.
Sí, las marcas que se graban en la psiquis del hijo indeseado son de gravísimas consecuencias no sólo para el individuo sino para la sociedad que es en la que recaen las acciones rebeldes, resentidas, de seres humanos que no tienen ni tuvieron amor sino el rechazo desde que fueron concebidos.
Los estudios de la psicología del hijo no deseado son muy nuevos.
Recientes estudios revelan que el hijo no deseado sufriría, de por vida, graves trastornos producidos por la inicial carencia afectiva, por el rechazo materno, por la angustia de la madre cuando advierte su embarazo, cuando no hay convencimiento de la maternidad ni paternidad oportuna.
El no desear un hijo es un factor de riesgo para el desarrollo afectivo del niño, para el desarrollo de su propia sexualidad, es decir de sus futuros vínculos.
Estos problemas, de cuya gravedad no se habla, enfrentan a la familia y más tarde a la sociedad con chicos apáticos, inestables, retraídos, desafiantes o agresivos, violentos que disfrazan su inseguridad y angustia vital recurriendo al alcohol y las drogas o con prepotencia o simulando que nada les importa.
El bebé necesita seguridad y estímulo para crecer, de allí emana la estabilidad emocional que es determinante esencial de una vida sana (que es lo que postula este Congreso).
Debemos saber que:
Los que han padecido carencias afectivas enfrentan limitaciones para construir la confianza en sí mismos, sin la que no hay salud. De allí que en la familia, en la escuela y en la sociedad nos encontremos con chicos difíciles, de tratar, de llevar. Pero lo peor es que harán una vida difícil y llevarán a su vida de adultos el vacío de sus carencias. Ya adultos, inmaduros, no sabrán cómo dar y recibir amor.
Estos estudios nos avisan que la aparente egolatría de algunos sujetos no es, como es fácil creer, un saludable signo de autoestima sino todo lo contrario: ellos enmascaran sus sentimientos de soledad agrediendo y desautorizando a los demás.
Es que, por más que se considere que nada más grande que el amor de la madre, por más que resulte doloroso admitirlo, no todas las madres han madurado su capacidad de amar, es decir no saben amar.
Mucho menos si son inmaduras adolescentes.
La madre amorosa es una madre madura.
Su amor se muestra en cada gesto, en cada actitud. Simplemente ama porque es y ha sido amada, y desde la abundancia de su amor se lo da al hijo.
Es una mujer que abraza al hijo, a sí misma, a la vida. A la vida, porque tiene alegría de vivir.
La mujer que no quería tener al hijo viene cargando en su vida más o menos corta, como puede ser la de una adolescente, o con más años, como la de una mujer adulta, dolorosos déficits afectivos que la han llevado en primer término a formar vínculos débiles y de allí a generar dentro de sí una escasa autoestima, un sentimiento de des valorización personal, de escasa autoestima, de falta de proyectos, de falta de fe en la vida, todo lo cual la hace vulnerable a los efectos de una sexualidad equivocada.
No es de extrañar que este tipo de mujeres ante el hijo que han traído al mundo tenga actitudes de indisimulable rechazo, de ceguera afectiva.
Por eso es dolorosamente frecuente asistir al espectáculo de mujeres que evidencian su indisposición con niños a veces muy pequeños, con su bebé o niños más crecidos.
La mujer que no quiso tener al hijo lo trata mal, se irrita con sus llantos, lo sostiene con incomodidad, no sabe darle abrigo, no tiene voluntad de acariciarlo, le mezquina su compañía, le cuesta vincularse con él, sonreírle y ese divorcio será muy difícil de superar cuando el niño crezca ya que los dos primeros años marcan de por vida.
Por eso y ya que hablamos de salud es bueno saber que en la génesis de muchas deficiencias humanas, en las desconfianzas y celos, en la dependencia de otros a quienes se achaca la propia infelicidad porque no se asume la debida autonomía, está el haber nacido como un accidente, no ser el fruto de una relación fecunda y querida.
Estas dolorosas consecuencias se ven agravadas cuando las madres desesperadas, solas, abandonadas a su suerte, ingieren alcohol y drogas produciendo al feto malformaciones.
Asistimos diariamente a situaciones de abandono, negligencia y hasta crímenes (¿no es de apenas unos días el caso de una madre que tuvo a su bebita y la arrojó al terreno vecino para que la comiera un perro?). La prensa nos da noticias de situaciones de maltrato y violencia, de penurias económicas, de desorganización hogareña, de no satisfacción de las necesidades básicas de alimentación, seguridad, bienestar, educación. Las matrices de violencia se transmiten de una a otra generación en una multiplicación alarmante.
¿Se tiene esto en cuenta cuando hablamos de justicia y salud? Estas situaciones tan graves, poco conocidas, reconocidas o tenidas en cuenta debieran entrar en la consideración de quienes aspiran a una justicia y salud para todos.
A tanto niño nacido en condiciones adversas, a tanto maltrato infantil (4.3% en nuestro país), a tanto maltrato verbal, (9.7%), a tanto niño abusado (0.8%), debiera responder una política de estado, de gobierno, que atienda ese problema sustancial y ataque la raíz profunda del mismo.
¿Y cuál es la raíz? ¿Dónde se origina el desequilibrio personal que hace desdichadas a tantas personas y que rompe el de la vida de todos?
Me atrevo a responder que en la falta de educación sexual.
Educar quiere decir acá poner en palabras, en actos, en hábitos, en la conciencia lo que anda en el inconsciente, tanto individual como colectivo. Educar es ayudar a que el sujeto advierta, se ponga en el lugar, se proyecte a las consecuencias de sus actos. Educar es avisar y como dice Cervantes “el que está avisado está armado” o, siguiendo a Alvin Tofler, hacer como el que juega bien el ajedrez, anticiparse a las jugadas, hacer los mejores movimientos y ganar la partida.
En cuanto a la palabra “sexual” y “sexualidad” debo decir que éstas son palabras que todavía hacen ruido y mortifican a muchos oídos. Sin embargo sexual y sexualidad son palabras hermosas, desafiantes palabras que aluden nada más ni menos que a la vida, se entroncan con ella y vertebran una buena salud. Tanto como para decir que quien lleva una equilibrada vida sexual es psicológicamente sano y feliz y quien no lo hace es todo lo contrario, un ser desdichado que hace desdichado o desdichada a su compañero y a su descendencia.
Entonces, ¿qué es una vida sexual sana?
La sexualidad es el campo en que se complementan, vinculan y asocian el hombre y la mujer para continuar la vida y ascender en el periplo vital de la especie que debiera ser siempre ascendente, una potenciación de fuerzas.
La vida ha generado el señuelo del orgasmo para propiciar ese acercamiento, un voluntario y gustoso acople para vincularse en lo más profundo, para aportar a la continuación de la vida, de sí mismos en los hijos. Sería bueno que así se entendiera, transmitiese y viviese la sexualidad que tiene ese maravilloso y, me atrevo a decir, sagrado sentido.
¿Cómo no pensar en el misterio que puso alguien en la unión sexual, en el acto? Allí está dado el mayor placer al que llega el humano, el “orgasmo”, un estado de éxtasis, cuando es del bueno, que solicita su repetición, su permanencia y que solamente logra plenitud cuando el hombre y la mujer unen no sólo sus cuerpos sino también sus mentes, sus sueños, proyectos, historias y tantas coincidencias manifestadas en una inicial empatía.
Víctor Masuch, en “La flecha del tiempo” dice que un arquero genial disparó la flecha del tiempo hacia un tiempo infinito.
Utilizó esa metáfora pensando que esa flecha, que lleva en una continuidad increíble a la vida, ha separado a la humanidad en hombres y mujeres, a los que impulsa a juntarse, a unirse en una acto muy atractivo y maravillosamente orquestado para hacer de dos separados (y ya debidamente enteros en sí mismo), un uno que es más que dos, como dice alguna canción.
El amor, que significa “no, muerte”, es decir “vida”, mueve la rueda del tiempo, genera la unión, empuja al acercamiento. Vida, amor, tiempo y sexualidad están imbricados, por lo tanto, en una misma y fuerte significación.
Ahora bien: en el ser humano, la vida de que está dotado está destinada a desarrollarse, a crecer y tiene un espacio ilimitado para el crecimiento. Crecer es la única manera de hacer una vida sana. Y eso se da por las energías que mueven cada vida hacia un ser que siempre va por más. Lo vemos en el niño que cambia día a día, se sienta, gatea, camina iluminado de placer por sus conquistas; lo vemos en el púber que se asombra ante los cambios corporales que desatan sus hormonas, en el adolescente que busca dificultosamente su identidad y en la llegada a la adultez que puede ser madura o no.
El desafío es lograr un sano proceso de desarrollo hasta culminar en la muerte, un proceso al que uno de nuestros más importantes escritores, Juan Coletti se refiere al escribir: “Dichoso aquél que al final de la vida, puede trazar el comienzo y el fin de un círculo perfecto”.
Mucho hay que trabajar con el ser desde que nace para lograrlo. Por eso es bueno que los estados eduquen, hagan saber temas fundamentales como que:
Cada hombre va sorteando, subiendo, superando estadios que lo llevan - así como lo viene haciendo el hombre genérico en su evolución- a sostener desde un cerebro reptil, casi animal, propio del hombre de las cavernas, hasta el más evolucionado.
El desarrollo de este cerebro al que pocos seres humanos arriban debiera constituirse en objetivo de una política educativa del estado. Arribar a él supone elevar la sexualidad primaria, instintiva al plano de una más humana. Las consecuencias se medirán entonces en la suma de vidas más responsables de sí, más proyectadas y seguramente más felices.
Seguramente cuando llegue esa hora habrá menos abortos que lamentar y menos vidas humanas desperdiciadas.
Indudablemente es ésta una acelerada muestra de una propuesta para lograr una sociedad más sana, equilibrada, feliz lo que significa una sexualidad madura, dadora de mejores frutos y con más justicia para todos.
Ojalá lo expuesto aporte a su noble intención.
Gladys Seppi Fernández