Quienes hemos estado en el aula sabemos cuánta vocación, cuánto amor a la profesión, cuanta convicción son necesarios para contener a los alumnos de la era tecnológica.
Suele creerse que, para cambiar lo que urge cambiar, bastan algunos parches, breves retoques. Pero eso es totalmente falso. Lo demuestra la vida escolar donde las acciones superficiales y repetidas de cada comienzo de ciclo lectivo siempre sujetas a las ideas de los políticos de turno, no han hecho nada más que agudizar las crisis, desalentar a los docentes, envalentonar la indisciplina, y desdibujar cualquier rumbo cierto. Hace falta, por lo tanto, una transformación radical, convencida, sincera, que penetre, con espíritu de permanencia, en lo más entrañable del alma del docente, agente fundamental de la educación.Se ha empezado a reconocer- mejor tarde que nunca- que de nada valen las directivas impartidas desde los sillones de los ministerios, de nada valen recomendaciones formuladas como al pasar, si no se enciende una nueva conciencia, una poderosa energía interior que movilice a los maestros y profesores, que les permita recuperar la valoración de su tarea única y esencial, no sólo para su vida personal sino para las de miles de niños y jóvenes y como consecuencia para la República.Sabemos cuánto aporta a la necesaria autoestima docente una justa retribución monetaria. Es básico. Si queremos y realmente deseamos un gran cambio en la calidad de la vida argentina, hay que atender a los maestros y profesores como agentes esenciales de la educación. En ellos debiera estar y concentrase la fuerza, la convicción, el esfuerzo, el propósito de transmitir con claridad, guiar, para que su trabajo sea, de verdad, socialmente positivo. El docente necesita, hoy más que nunca, el apoyo, el estímulo y el reconocimiento de las autoridades educativas, de los padres, de toda la ciudadanía.Quienes hemos estado en el aula sabemos cuánta vocación, cuánto amor a la profesión, cuánta convicción son necesarios para contener a los alumnos de la era tecnológica. Sabemos, porque lo hemos experimentado desde diferentes lugares, como padres, como docentes frente a cursos y como directivos, cuántas y diferentes maneras existen para enfrentar el trabajo de enseñar: hay quienes se entregan con total alegría para estimular en los sujetos del aprendizaje un auténtico anhelo de aprender. Confiando en sí mismos, echan mano a recursos genuinos, a veces puramente intuitivos, para que sus clases sean significativas, de total aprovechamiento para el desarrollo integral de los alumnos. Hay docentes que no se limitan al cumplimiento estricto de un programa ni a la obediencia ciega a directivas gastadas: dejan lugar al libre vuelo de su creatividad, a la de los alumnos y a las sorpresas que puede deparar la aventura de la investigación. Todo ello sin apelar a la matriz ya caduca de exigir la memorización irreflexiva de lecciones desactualizadas, sino abriendo las mentes a la observación y comprensión de la realidad.Sabemos que hay muchos, muchísimos docentes que son conscientes y se hacen responsables de educar, hecho más completo que el de enseñar; que hacen de sus clases un motivo de crecimiento, un renovado posicionamiento frente a la vida; docentes que están dispuestos a seguir estudiando, perfeccionándose para lograr una ajustada adecuación a un mundo de vertiginosos cambios. Son los que han experimentado los beneficios de su propio desarrollo espejado en sus alumnos, quienes encuentran, de esa manera, sentido en ir a la escuela y reconocimiento a una autoridad que los respeta y merece respeto. Pero conocemos otros maestros y profesores subsumidos en la ola del consumo, en la sociedad del espectáculo y del pasarlo bien, que no han encontrado en la docencia su verdadera vocación y la confianza en su tarea transformadora. De esa manera, es muy común que trabajen a desgano y se rindan, además, al ejercicio de la demagogia y del facilismo. Ojalá cambien para que todos los partícipes del acto educativo, sumando las autoridades ministeriales y los padres, formen un compacto y firme grupo de tareas, encaminado al cumplimiento de una de las misiones más importantes del ser humano: educar.Se inician las clases. Habrá discursos y directivas, ¿repetidos, copiados, originales, auténticos? Lo que interesa es que se está abriendo una nueva oportunidad. En estos días de inicio tendremos otro estado de ánimo, nuevas intenciones. Ojalá sea un empezar “con el pie derecho”, un estar dispuestos a esforzarse para que las transformaciones sean profundas y permanentes. Una nueva generación de alumnos espera, confía en que la escuela se está levantando, quiere ser mejor y se encamina a su propio crecimiento. Con convicción, con fuerza. Dispuesta a no aflojar.Lo importante es que ese colectivo de cientos de miles de docentes no sólo tenga una muy buena remuneración, lo que es, ¡claro que sí!, justo y estimulante, sino que sumen la íntima satisfacción, la firme convicción de que son partícipes del gran salto que se espera dé la Argentina. La educación fue, es y será el eje y motor de la superación de un país y necesita que todos los ciudadanos lo entendamos así y la apoyemos.
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