Restar de la masa


La educación de las masas se hace fundamental entre nosotros. Educación que, libre de alienación, sea una fuerza para el cambio y para la libertad. La opción, por lo tanto, está entre una educación para la domesticación alienada y una educación para la libertad”
Paulo Freire


Cada vez que los ciudadanos argentinos somos convocados a votar, volvemos a los conceptos del libro de José Ortega y Gasset: “La rebelión de las masas”.
     Las ideas siempre vigentes de este notable pensador español, describen las características de multitudes que predominan en mayor o menor medida en los países de casi todo el mundo y su influencia directa en la calidad de vida de las naciones. Lamentablemente, los argentinos bien lo sabemos.
    ¿Qué caracteriza al hombre masa? El hombre masa es el que se siente contenido e identificado con grandes grupos, siente completo su haber moral e intelectual, cree saberlo todo y de todo opina, le preocupan las necesidades básicas, no está dispuesto a escuchar ideas y no razona porque su mente no ha desarrollado ese ejercicio.
     Este hombre que se siente a salvo en una identidad común, es quien no ha logrado diferenciarse, está bien en su tribu, piensa como el común de la gente, se afirma en las acciones colectivas porque le resulta cómodo y fácil. Este tipo humano no intenta ser él mismo, pensar por sí y actuar desde su propia conciencia- que desconoce- ni desde su libertad personal, su autonomía, que le son ajenas.
   Se contrapone así a las minorías que están integradas por personas que, al cultivarse, educación mediante, han transitado el camino difícil de su desarrollo personal, del descubrimiento de sí mismos como seres diferenciados, dotados de señas personales únicas y de un talento, una vocación que se empeñan en descubrir y desarrollar. Estos difíciles logros, que se inician en la adolescencia, acompañados por un permanente cuestionar, pensar y pensarse  a través del espejo de los otros, se enriquece a través de la lectura y el estudio de las asignaturas de la escuela y de la vida y le permite ponerse en el camino de su superación, construirse y ascender.
     El individualismo, entonces, es lo que distingue a las minorías de personas pensantes, exigentes de sí mismas, puestas en un camino de autosuperación, de proyectos de crecimiento que se expande desde sí al ámbito en que se desarrolla y que puede aportar desde la riqueza de su ser distinto.
     De la obra de Ortega y Gasset deducimos que “la división de la sociedad en hombres masa y minorías  no es una división en clases sociales, sino en clases de hombres”, y fácil es deducir qué tipo de hombre necesita el territorio que llamamos Argentina para transformarse en una República, y qué tipo de hombres necesitan los demagogos para tener más poder, sustentado, precisamente, en la mayoría de votos.
     La preocupación por mejorar la educación, en el sentido de formar identidades propias, pensantes y creativas es fundamental y debe llevar a acciones urgentes, porque, justamente, la tarea es restar de la masa en la que están subsumidos, al mayor número de personas que siendo objetos se transformen en sujetos activos. “Para superar la masificación, el hombre debe hacer, una reflexión sobre su condición de masificado”, según dice Paulo Freire, y de este primer paso podrá ascender a una genuina calidad ciudadana.
      El hombre-masa, según Ortega y Gasset, es  el niño mimado de la historia. Y vemos que  es verdad, que se lo mima, que se lo considera como a un niño porque así se lo domina y parasita; es verdad que satisfaciendo sólo sus necesidades básicas se le ciega, a cambio, descubrir lo que realmente le impide ascender a un status social y espiritual más alto.
     El hombre masa no ve, no puede advertir las consecuencias de un hacer más iluminado, más inteligente, más asertivo. La contracción al trabajo, al estudio, al esfuerzo, a una moral genuina,  le permitiría llegar a una escala social y cultural más elevada,  contrapuesta a la facilidad y fugacidad de  la elemental satisfacción de sus deseos y placeres primarios en que permanece adormecido, para mal de todos.

    Es tiempo de elecciones. Se necesitan ciudadanos en quienes se haya encendido la llama transformadora  que les permita participar activamente y a conciencia,  tener proyectos y marchar hacia una empresa grandiosa para sí mismo y la Nación, ya que ésos son los rasgos distintivos del correcto ciudadano que genera y sostiene una gran República.

Una necesaria transformación educativa

El mes de marzo está llegando a su fin y, a pesar de los tantos y repetidos reclamos sobre la necesidad de introducir cambios en educación, nada se sabe sobre ellos. Y claro está que no podría haberlos porque los cambios, los grandes, los reales, no las pinceladas que se dan año tras año a través de repetidas y vacías directivas, no pueden producirse por decreto, ni por un acto de voluntad. Los cambios bajan por un lento goteo desde la cúspide del poder gobernante, desde las direcciones más elevadas y se dan por una lenta y profunda sedimentación.Está claro, entonces, que no es cuestión ni de hacer más escuelas, ni de sembrarlas de computadoras y otras instrumentaciones tecnológicas, ni de dar órdenes nuevas a los docentes.La educación, se dice, y es real, es la base del progreso de los pueblos. Pero no se trata de apretar las teclas de la computadora en pos de información, en el mejor de los casos, ni siquiera de pagar mejores sueldos a los docentes para que trabajen con la debida buena voluntad y disposición a dar lo mejor y más allá de sus saberes, sino de promover un cambio en el corazón mismo de quienes ejercen la más noble de las tareas reservadas a los humanos, cual es la de traducir el mundo a niños, adolescentes y jóvenes, despertando y orientando- y esto es dar en la médula- su propio deseo de aprender a aprender, su avidez de conocimiento, su cada vez más amplia lectura e interpretación del mundo.¿Y esto cómo se hace? Solamente por la vía de la ejemplaridad del adulto. En la familia, los padres; en la escuela, los docentes; en la sociedad, los gobernantes. Si alguno de estos núcleos de conducción está quebrado, si no funcionan las sinapsis necesarias en la comunicación de os saberes, el cerebro educativo no trabaja, se anula y, aunque se cumpla con la asistencia diaria al cuerpo físico de la escuela, la esencia se pierde en vericuetos que llevan a su disgregación.Bien sabemos que si se trata de ejemplaridad, la que desciende desde el vértice gobernante, nada hay en lo que a educación se refiere más decepcionante, más desilusionante y mediocrizante que la idea central que hoy se transmite: todos somos consumo, valemos por ser el homo consumens, y para lograrlo hay que tener dinero, mucho, a cualquier costo, más allá de lo que los nobles fines de la vida humana necesitan porque la codicia exacerbada es una perversa maestra. Por otra parte, si la educación debe ser y es búsqueda de la verdad, la científica, la que por vía de la noble intuición se advierte y bulle en el inconsciente colectivo, mucho se hace y se logra para desvalorizar y desanimar esa búsqueda que en nuestro país se evidencia a los educandos y a la desmoralizada población, como infructuosa cuando no inútil.Acaso, ¿hay verdad entre quienes al ejercer la tarea de dirigir, reglamentar, impartir órdenes entre los docentes lo hacen desde la comodidad de las oficinas, desde el despacho de funcionarios que no han vivido ni viven la escuela, ni sufren sus alteradas palpitaciones, ni saben escuchar a los que las sienten y sufren en cada contacto áulico? Todavía no tenemos el gran cambio que significa ubicar en los estamentos educativos superiores, en las direcciones de escuela, supervisiones, despachos de secretarías y ministerios educativos a gente que haya caminado las difíciles sendas, el dificultoso tránsito de educar. No se estimula a maestros y profesores destacados por su capacidad de dar, de crear, de buscar saber más. Todavía no existen en nuestro país- y ése sería el comienzo de una verdadera revolución- premios a quienes se desempeñan con cuerpo y alma en la tarea de educar en el aula, los debidos ascensos que son reemplazados por nombramientos firmados por el amiguismo, el compromiso político, el acomodo, sin considerar la preparación e idoneidad.¡Y cuánto mal se hace! ¡Cuánto irrita la voluntad de crecimiento del docente y hasta su misma vocación de dar y darse, esta injusta situación! Lo que sucede es que quien no lleva el espíritu de la escuela en su historia personal, quien no la ha transitado y por lo tanto no la ha sentido o no la siente, no la ha sufrido ni gozado o no la sufre y no la goza, no puede entender, lógicamente, sus necesidades, sus búsquedas, los cambios que necesita. No puede legislar, ni dar órdenes, ni orientar porque, simplemente, no la conoce.Aparte de ese gran cambio que aún no se da en nuestro país, es decir la profesionalidad de su dirigencia, que en este caso significa idoneidad educativa, debe pensarse que la educación del pueblo, de sus niños, de sus adolescentes y jóvenes, aún de los adultos y más que adultos, la auténtica formación que conduzca al individuo a la refundación permanente y voluntaria de su propia construcción como persona de bien, se fragua en la escuela de la vida, en la escuela familiar y en la escolar que debe saber adónde se dirige, qué quiere, cuáles son sus reales, conocidos y aprobados objetivos.¡Qué lejos estamos de haberlo discutido siquiera! ¿Qué tipo de persona se quiere formar, qué ciudadano, qué hombre? ¿Qué competencias son básicas para su desempeño como ciudadano que suma al país, al orden social, al bien común y a su propia felicidad entendida como logro y satisfacción y sentido de plenitud? Son preguntas que arden en la conciencia del docente en cada clase impartida a alumnos cada vez más distraídos y abúlicos, en cada recreo marcado por violentas rebeldías, en cada expresión de rechazo de los alumnos, en cada ufa con que reciben la lección escolar. No puede reemplazarse- como hoy se hace- la demanda de conocimientos básicos y necesarios para la vida por la escolarización de multitudes sin reales objetivos formativos e instructivos.Teniendo en cuenta que la movilidad social, la inserción en el mundo laboral, la reproducción del capital dependen del conocimiento y éste de la participación consciente del educando en su proceso de aprendizaje; teniendo en cuenta que el bien de la nación, la sana convivencia y progreso de sus habitantes dependen de la educación de sus agentes, urge que, como pueblo exijamos una dirigencia proba, capaz, sensata y con una alto nivel de formación humana.Sólo desde ese pináculo puede darse una docencia capacitada y siempre actualizada, por lo que es imperativo que quienes van a dirigir el destino de las nuevas generaciones sean personas de vocación, que trabajen en instituciones sanas, estimulantes y optimistas, cargadas de fe en el poder del docente, que es decir en el poder de la educación, del cual depende la grandeza del país que todos estamos anhelando.

Restar de la masa


 “La educación de las masas se hace fundamental entre nosotros. Educación que, libre de alienación, sea una fuerza para el cambio y para la libertad. La opción, por lo tanto, está entre una educación para la domesticación alienada y una educación para la libertad” (Paulo Freire).


Cada vez que los ciudadanos argentinos son convocados a votar a su dirigencia- hecho cada vez más frecuente en nuestro país- regresamos a la necesidad de considerar conceptos del libro aportado por José Ortega y Gasset: “La rebelión de las masas”.
     Las ideas plasmadas y  siempre vigentes de este notable pensador español, se ofrecen para aclarar las características de multitudes que existen en mayor o menor medida y grado de influencia en los países de todo el mundo, y de cuya existencia y volumen depende la gran diferencia.
    ¿Qué caracteriza al hombre masa? Lo veamos en este estudio magistral: El hombre masa es el que se siente contenido e identificado con grandes grupos, masas de coterráneos y coetáneos, con quienes comparte la sensación de que está completo su haber moral e intelectual, de que ya sabe lo que saben los demás sobre la vida y sus necesidades y de que no necesita más  por lo que no está dispuesto a escuchar ideas, simplemente porque cree saberlo todo y no sabe razonar porque no ha sido enseñado.
   Sintiéndose inmerso en un gran conglomerado de vulgaridades y mediocridad, el hombre masa gusta de lo vulgar y se niega a reconocer o simplemente no ve que existe lo superior a él, en cuanto capacidad de pensar y de allí obrar.
     Este hombre que se siente como todos los demás y por lo mismo a salvo en esa identidad común, es quien no ha logrado diferenciarse, está bien en su tribu, piensa como todos, se afirma en las acciones de los demás y eso le resulta cómodo, fácil, por lo que no va a intentar diferenciarse, ser él mismo, pensar por sí y actuar desde su propia conciencia- que desconoce- desde su libertad personal, desde su autonomía, que le son ajenas.
   Se contrapone así a las minorías- que realmente y numéricamente lo son en la Argentina-  que está formada por personas que al cultivarse, educación mediante, han transitado el camino difícil de su desarrollo personal, del descubrimiento de sí mismos como ser diferente, dotado de señas personales únicas y de un talento, una vocación que debe descubrir y desarrollar.
     Estos difíciles logros, propios de la edad adolescente, acompañados por un permanente cuestionar, en pensar y pensarse  a través del espejo de los otros, y el enriquecimiento a través de la lectura y el estudio de las asignaturas de la escuela ( de la buena) y de la vida, le permite ponerse en el camino de su superación, construirse y ascenderse hasta lo que lo hace distinto a los demás.
     El individualismo, de esa manera es lo que hace a las minorías de personas pensantes, exigentes de sí mismas, puestas en un camino de auto exigencia, de proyectos de crecimiento que se expande desde sí al ámbito en que se desarrolla.
      De la obra de Ortega y Gasset deducimos que “la división de la sociedad en hombres-masa y minorías excelentes no es una división en clases sociales, sino en clases de hombres. Y fácil es deducir qué tipo de hombre necesita el territorio que llamamos Argentina, para transformarse en una República.
     La preocupación por mejorar la educación, en el sentido de formadora de identidades propias, pensantes y creativas es genuina y debe llevar a acciones urgentes, porque, justamente, la tarea es sacar de la masa en la que están subsumidos, al mayor número de personas crecida en sí. La urgencia es sumar, acrecentar las minorías, con gente que piense que es mucho lo que debe aprender, que es más importante debatir- por lo menos en tiempo de elecciones, sobre a quién votar para que conduzca con inteligencia y honradez el país que, aparte de discutir sobre las andanzas de Onur o los movimientos bailables de los buenos artistas que bailan en Tinelli, necesarios a su distracción.
   El hombre-masa, según Ortega y Gasset, es  el niño mimado de la historia. Y vemos que  es verdad, que se lo mima, que se lo trata como a un niño porque así se lo domina y parasita; que se trata de satisfacer sus necesidades básicas cegándole, a cambio, la parte alta de su camino, lo que resta en su subida hacia la superación, estado que se cimenta, justamente, en un mirar más lejos y más alto, más allá, donde están, claras, las consecuencias de los actos.
     El hombre masa no ve, no puede ver las consecuencias iluminadas por su contracción al trabajo, al esfuerzo, a una moral genuina, que es la que  permite ascender a un lugar menos corrosivo de su esencia, contrapuesta a la que concede la facilidad y fugacidad de  la satisfacción de sus deseos y placeres primarios.
   Es tiempo de elecciones. Se necesitan ciudadanos en quienes se haya encendido la llama de la curiosidad por saber más, que tengan proyectos y marchen hacia una empresa grandiosa para sí mismo y la República, ya que ésos son los rasgos distintivos del buen ciudadano que genera y sostiene una buena República.


Mujer y varón en una encrucijada cultural


-¿Cómo que todavía no hiciste la comida y tenés mis camisas sin planchar?
-Pero vos qué te creés, ¿qué soy tu esclava? Eso ya pasó de moda, querido…”.
Diálogo de entrecasa

    La multitudinaria marcha del “Ni una menos”, además de impresionarnos por la fuerza de su número y la autenticidad de sus reclamos, debe llevarnos a reflexionar sobre las raíces de una violencia que en estos últimos años castiga a familias, mata mujeres, atemoriza a todos.
    ¿Por qué ha aumentado tan vertiginosamente el maltrato en la sociedad, entre la gente; en la familia entre padres e hijos y entre hermanos; en la escuela, entre los alumnos y los docentes y los mismos compañeros; en el lugar de trabajo y lo que es más grave porque a partir de ese trato violento se  funda una familia, entre los miembros de una pareja? ¿Acaso los vínculos no se establecen en nombre del amor? ¿Qué clase amor?
    Vayamos a las raíces, a los motivos ya que, no solamente con la merecida prisión u otro castigo bien sostenido por algún juez probo, serán escarmentados los violentos.
    En primer lugar la violencia viene de la violencia. A padres maltratadores, ya sea de manera física o psicológica, hijos maltratadores, lo que hace a una acendrada conducta, a algo difícil de erradicar. A familias que se tratan mal, sucesores que harán lo mismo, que fundarán familias donde reinará el mal trato. He aquí un motivo que debe ser analizado, cuestionado y sometido a tratamiento psicológico.
  Pero hay otras razones que desatan la violencia de nuestra época.
  Además de las diferencias que ponen en los opuestos a la mujer y al  hombre, bastante desconocidas y tan bien analizadas por Pilar Sordo, existe la imitación irreflexiva de lo que se ve en la TV. Los malos ejemplos se derraman en nuestra sociedad desorientada en todas direcciones, siendo la que pesa la que llega desde arriba. Claudio Naranjo en su libro La mente patriarcal, aporta:
    “En el problema de la sociedad subyace una mente patriarcal en la cual las relaciones de dominio-sumisión y de sobreprotección-dependencia, interfieren en la capacidad de establecer vínculos adultos, solidarios y fraternales”.
   ¿Qué es una “mente patriarcal”? Una construcción familiar en la que hombre domina y la mujer obedece, que se dio por milenios y de la que quedan muchos vestigios en la conducta de los varones de hoy y en muchas mujeres que lo llegaron a considerar no solamente necesario sino hasta cómodo, por eso se habla de la sobreprotección cuyo pago es la dependencia. Sabemos que otrora, la autoridad indiscutible fue la del padre, que llegó a ser en la mayoría de los hogares de un autoritarismo tal que, aunque obrara con manifiesta incoherencia, era obedecido con temor.
     La mujer, obediente y sumisa, logró con su  mansedumbre el equilibrio de las relaciones hogareñas.  Sin embargo, ¡Cuánto ha cambiado la mujer! Mientras en muchos varones de hoy persiste esa vieja matriz.
     En el extremo, la evolución de las costumbres, las reacciones ante los tratos injustos, el estallido de la revolución del sesenta con la llegada de la  píldora anticonceptiva que igualó el derecho femenino al goce sexual,  levantó a la mujer al descubrimiento de su valor personal, al deseo de su autorrealización, a su independencia.
    Ella también podía ser, ella también tiene derecho a ser más y mejor en sí misma.
    La emancipación de la mujer puso en contraste la condición de esclavitud a que estuvo sometida. No más la mandadera que da todo de sí a su esposo e hijos, no más la cocinera, lavandera, planchadora, enfermera y otras muchas condiciones de servicio full time, siempre dispuesta a entregarse con una sonrisa; no más la avejentada mujer que lo era más cuanto más daba de sí, de sus horas de descanso, de su posibilidad de desarrollar una vocación, de juntarse con amigas, distracción considerada actualmente de alto valor sanador.
    Se ve, claramente, entonces, y debiera tenerse en cuenta a la hora de formar una pareja, a qué fuerte colisión llevan conductas abrevadas en concepciones tan diferentes y hasta opuestas.
    ¿Qué la mujer se ha ido al otro extremo? Es cierto, como es verdad también que todos los cambios son pendulares hasta que, como el movimiento del reloj, se equilibran.
    Sería bueno pensar si la mujer de hoy, respondiendo al signo del puro placer de esta época, no  se está esclavizando al concepto consumista de ser tratada como una cosa. Si así fuera- y lo está pareciendo en demasía- la mujer ha salido de un estado dependiente para entrar en otro: se está dejando tratar como un objeto del placer masculino, está perdiendo la dignidad que logra una auténtica libertad, la que decide por intuición propia y la capacidad de auto dirigir su vida hacia una dignidad que la honre.
     Habrá que preguntarse, entonces, si no es necesaria  una meditada reflexión sobre el tema, un diálogo serio en el hogar y  la escuela o entre amigos y compañeros que conduzca a un cambio pensado y elaborado, una sanación de raíz, un saludable encuentro entre posiciones contrarias que conduzcan al vínculo positivo a que todos aspiramos.

     Lo que es realmente posible.

La educación del hacerse cargo


Sabemos que la educación argentina necesita muchos ajustes, que se hacen más perentorios a medida que el descuido que emana desde las autoridades educativas hacia educadores, padres y alumnos va relajando las cuerdas que la debieran mantener firmemente orientada a fines claros, un norte, metas pensadas y realmente comprometidas y comprometedoras.
Uno de los aspectos más diluidos, borrados y no tenidos en cuenta en la educación de nuestro país, que sin embargo es y debiera ser considerado fundante, básico, esencial al hombre, es lograr la autonomía del educando, impulsarlo a su independencia, al responsable manejo de sus decisiones.
Ser y obrar como una persona independiente habla de responsabilidad y realización del propio desarrollo humano, de madurez, que es a lo que apunta cada una de las etapas por las que el ser humano, por su naturaleza, transita.
Además, si el paso por la escuela pudiera lograr gradualmente personas que se conocen a sí mismas, que se inquieren, se preguntan, se cuestionan, buscan a su debido tiempo, en la alta niñez y la adolescencia, su identidad, su ser propio y único sentido vital, lo que lo distingue, se sumaría al crecimiento de la especie humana, el ser en todos.
¿Lo han pensado así quienes dirigen la educación? ¿Se busca formar seres que se encuentren a sí mismos en el gran concierto de las voces múltiples del mundo, del país, del barrio, de su propia familia y se hagan cargo de su destino individual? ¿Se ha pensado en sujetos que maduren su personalidad y que puedan responder desde sí, y no desde la opinión ajena, los mandatos de otros, del padre, maestros, líderes sociales?
Si, como vemos, los adultos argentinos, la gran masa poblacional del país, actúan siempre culpando a los demás de su "mala suerte", de sus desgracias personales, de su pobreza, de lo que les sucede, los resultados negativos se irán agudizando y la pobreza, la desgracia personal, la mala suerte irán en aumento, porque ya es hora de comprender que nadie vendrá en ayuda sin el interés de una compensación que siempre será para él poca, indigna.
¿Qué tiene que ver la escuela con este déficit formativo de tantos habitantes de nuestro país? Simplemente que ella misma está inmersa en el vaciamiento generalizado de fuerzas para crecer desde su lugar y con autonomía. Tenemos una escuela dependiente, obediente y, por lo mismo, poco creativa, poco resuelta y suelta para hacer lo que debe hacer para crecer, para su superación según sea su propia circunstancia y situación vital, muy escasamente entendida y vivida por las autoridades de escritorio.
La escuela está subsumida en la misma realidad que envuelve a todos los que no se han vuelto seres conscientes y esto se refleja dramáticamente en las mediciones internacionales que evalúan nuestro rendimiento educativo.
Educar a un ciudadano autónomo, responsable y creativo debiera ser la meta más urgente y destacada en nuestro país, lo que exigiría cuestionarnos y hacernos preguntas tales como: ¿por qué crecen más y nos superan otras personas y otros países? ¿No será que se hacen cargo, que se responsabilizan, que no culpan a los demás (como nos sucede a nosotros) de sus errores sino a sí mismos, lo que les permite ver, aceptar y corregir sus fallas? Sin embargo una acendrada concepción nos sigue haciendo creer que hay que dejarlo pasar, olvidarse y que el tiempo dirá… y lo solucionará.
Así nos va. Además, la realidad nos avisa que somos malos lectores de lo que dicen y enseñan los buenos libros, porque al negarnos a leer nos negamos a las experiencias que nos pueden ampliar la mirada hacia una cosmovisión sin tranqueras. A pesar de las buenas ventas de libros para el pasatiempo y la evasión, es necesario que la educación logre lectores reflexivos que puedan pensar y actuar con criterios propios y creativos.
Lamentablemente en el hogar y desde muy infantes se aprende a culpar a los padres, en la escuela a pedir los fáciles aprobados y en la sociedad a exigir una vida fácil, mate en mano, charla con el vecino y televisión prendida durante horas. Total, siempre habrá a quién echarle la culpa.

¿La dignidad tiene precio?


Desde hace miles de años el ser humano viene levantando la cabeza, ganando la posición erecta, lo que le permite contemplar sus ojos en cualquier espejo y juzgarse, mirar de frente a los demás y elevar su vista hacia lo alto, en donde pueden desplegarse los proyectos del bien, los más elevados sueños y hasta las más inalcanzables utopías.
Desde entonces viene construyéndose la dignidad humana.
Hace cientos de años, los habitantes de esta tierra venimos pugnando por construir una república representativa y federal que permita a los argentinos llevar una vida digna, lo que quiere decir que, habiendo satisfecho las necesidades básicas de alimentación, las sanitarias y las de techo y abrigo, puedan recibir adecuada educación y, aún más, emprender el camino de su autorrealización personal.
Sin embargo, la lucha es hasta el momento casi estéril, ya que una gran parte de los argentinos son pobres, no acceden a la educación y ni pensar en su realización personal; es decir, están lejos de haber logrado una vida acorde con una condición auténticamente humana.
Y esto, ¿por qué sucede? Porque la vida decorosa de los más depende, razonablemente, de las actitudes, decisiones y responsabilidades de los representantes del pueblo.
Es bueno pensar que el significado de la palabra "dignidad" está relacionado con el decoro, la ética, la autonomía, el libre albedrío que permite al hombre actuar con libertad, corrección y honradez conforme a una recta razón. La libertad es posible a través de la educación que lleva a las personas a tomar decisiones a base del conocimiento sobre temas que deberían ser de su competencia, haciendo uso de la plenitud de su inteligencia.
Los individuos autónomos crecen y con ellos lo hace también la especie, al sumar a la memoria colectiva sus logros, sus creaciones, lo nuevo que tienen que decir, una visión más amplia del mundo que surge solamente cuando se hacen fecundos y armoniosos el pensar y el hacer.
El timón de proa del crecimiento tiene mucho que ver con el actuar y espíritu digno. Sin la búsqueda de la verdad, de armonía y justicia el hombre no podrá avanzar.
La autoestima es la que da lustre a las acciones humanas porque se basa en el respeto por sí mismo, en la autonomía de su obrar, en su capacidad de hacerse responsable de su proceder que responde a la voz de su fuero íntimo.
Pero ¿qué pasa cuando la honorabilidad tiene un precio en el mercado de valores y se compra y vende al mejor postor?
Los argentinos sentimos que la mayoría de los representantes del pueblo sigue vendiendo su dignidad y con ella, su conciencia. Lo han hecho como muchos humildes habitantes lo hacen porque están realmente necesitados y entregan su voto para seguir recibiendo prebendas, tales como un colchón que les permita dormir mejor o una canasta de alimentos básicos, pero en el caso de aquéllos es injustificable e imperdonable porque vienen vendiendo su honra al alto precio de sus desmedidas ambiciones.
Lo que al pueblo debería llamarle la atención es que estos personajes, en la medida en que van perdiendo su respeto a sí mismos, también pierden su sensibilidad social y la responsabilidad ante los perjuicios que provocan, no sólo materiales porque nos despojan de lo que nos pertenece a todos, sino porque con sus incorrecciones corroen la conducta popular.
La obediencia debida, la actuación en bloque, la falta de desarrollo de pensamiento personal, de independencia, de ideas nuevas, hablan, sobre todo, de su sumisa dependencia. ¿Por qué se someten vergonzosamente de esa manera? ¿Miedo a perder sus cargos? ¿Prebendas? ¿Beneficios extras? ¿Sobresueldos? ¿Por qué tan descarada sumisión si la vida les fue advirtiendo sobre los desastrosos efectos en gobiernos pasados y lejanos?
Muchas y fundamentadas denuncias, por todos conocidas, han sido presentadas reiteradamente por personas autorizadas y hasta por voces extranjeras, pero lamentablemente en nuestra paralizada Justicia los expedientes siguen encajonados.
La indignidad de nuestros representantes nos empobrece, nos atrasa. Y ese precio, demasiado alto, pesa en la vida de cada ciudadano argentino. Ojalá supiéramos qué hacer para que no siga sucediendo.