GLADYS SEPPI FERNÁNDEZ (*)
Los que hemos llegado a la edad adulta solemos depositar en los adolescentes responsabilidades a las que los chicos no pueden responder. Padres y docentes, sociedad y políticos esperan de quienes aún concurren a la escuela secundaria o a los primeros cursos de la universidad actitudes y comportamientos definidos, seguros, acertados y asertivos y muchas veces son defraudados a pesar de que "se tenía y se puso tanta confianza en ellos" como para aceptarlos como votantes o considerar que pueden formar una familia.
¡Imposible!
Las últimas investigaciones sobre el funcionamiento del cerebro realizadas con la moderna técnica de resonancia magnética nos dan respuestas sobre el porqué de ciertas conductas adolescentes que, en realidad, sólo delatan inmadurez. Datos contundentes sobre el proceso llamado de mielinización cerebral resultan fundamentales para comprender la irritabilidad, el aumento de la impulsividad, la falta de previsibilidad y la inclinación por los riesgos sin reflexionar sobre las consecuencias, rasgos que caracterizan a la mayoría de los que atraviesan la que siempre ha sido considerada una edad conflictiva.
Hasta aquí teníamos claro que la adolescencia pone al sujeto enfrentado a sus padres, que es propio de su edad el estado de irritabilidad y también que asuma conductas riesgosas, y esos cambios se atribuían a la irrupción hormonal que despierta, a su vez, la libido y provoca la búsqueda de su identidad.
También hasta hace unas décadas se creía que en la niñez se definía la configuración cerebral, pero no es así. El cerebro sigue construyéndose durante la adolescencia (en realidad durante toda la vida), pero es en esta edad cuando el cerebro triuno, descubierto recientemente, intenta armonizar el trabajo de los tres cerebros con que contamos los humanos hoy (ontogénesis), después del proceso evolutivo de la especie a través de millones de años (filogénesis).
La filogénesis nos avisa que el órgano más complejo del universo se construyó sobre el cerebro reptiliano, en la zona de la nuca, al que se sumaron el límbico, emocional, y mucho después el neocórtex, en la zona frontal, de adquisición más reciente, que es el pensante, consciente, abierto al futuro, capacitado para proyectar responsablemente.
La ontogénesis nos hace saber que en cada ser humano es también el paso del tiempo en que cada uno vive el que provee a la maduración cerebral. Los cambios van acompañados por lo que se conoce como mielinización cerebral.
La mielina es una sustancia blanca que cubre las uniones de las neuronas. Al actuar como una cobertura no sólo las protege sino que asegura una más rápida y eficaz comunicación entre ellas. Esta sustancia blanca se encuentra desparramada en el cerebro de los niños y comienza su misión desde el cerebro reptiliano para ir ascendiendo lenta y gradualmente hacia el cerebro medio, límbico, hasta llegar a la parte frontal, donde se aloja el neocórtex cerebral, y este trabajo se produce principalmente en la adolescencia.
Cuando logra su cometido, el sujeto ya ha llegado a la madurez, lo que va a permitir un trabajo armónico de sus tres cerebros, de manera que impulsos, emociones y sensaciones pasarán al territorio conquistado hace muy poco por el hombre donde se cumple la función de autorregular la conducta, generando mayor conciencia de los actos, reflexión y proyección al futuro de los mismos, como ya dijimos.
Existe, entonces, un estado de inmadurez biológico en la niñez y adolescencia y este descubrimiento permite que los adultos ya maduros entendamos por qué en estas edades es imposible pedir una estimación de los riesgos o cargar a los individuos con responsabilidades de conducción que comprometan la seguridad propia y del grupo.
Y todavía hay más: los científicos han identificado una región específica del cerebro llamada amígdala, cuya función está exacerbada en la adolescencia, que es responsable de las reacciones instintivas y el comportamiento agresivo.
En tanto los adultos conozcan sobre este proceso interno tan recientemente descubierto podrán, en su tarea de padres, maestros, abogados, políticos, entender, anticipar y manejar su manera de actuar.
Estos aportes científicos –sumados a otros descubrimientos como el hecho de que la dopamina, a la que es muy sensible el cerebro en la edad adolescente, desempeña un papel fundamental en el control de la atención o la cognición activando los circuitos de gratificación– explican, además, que los adolescentes den más importancia a la recompensa que a los riesgos en la búsqueda de lo novedoso.
Se suma a ello el descubrimiento de la sensibilidad a la oxitocina, que hace más gratificantes las relaciones sociales, lo que justifica la necesidad en esta edad de relacionarse. El "cerebro social", que engloba regiones cerebrales que intervienen en lo afectivo y cognitivo en relación con los demás, sigue desarrollándose durante la adolescencia.
Si la familia y la escuela tienen en cuenta estos aportes científicos podrán trabajar la enseñanza de habilidades relacionadas con las regiones del cerebro que sufren cambios más significativos durante la adolescencia; por ejemplo, el autocontrol o la empatía. Muchos lo están haciendo en el hogar y en la escuela, empezando por enseñar a los púberes y adolescentes a calmarse, a hablar con naturalidad de los sentimientos propios y compartirlos con los demás, lo que constituye, además, un buen antídoto contra la depresión y ayuda a resolver problemas interpersonales y a considerar los efectos de sus conductas sobre los demás.
La adolescencia, puente a la vida adulta que atravesamos todos, ofrece una gran oportunidad para aprovechar y optimizar el aprendizaje útil, porque si bien es una etapa en que se cometen muchos errores, a partir de ellos es posible impulsar a un mejor y óptimo crecimiento.
Educadora. Escritora
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