La nota publicada por LA VOZ DEL INTERIOR con el título:
“ Mucha TV y pocos libros”, en referencia a datos presentados por el Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación, (Iipe)- UNESCO, y comentada por algunos medios televisivos sobre la escasa dedicación de los docentes a la lectura, asistencia a bibliotecas, museos, conferencias y cursos de temáticas diversas, es decir muestras de interés por cultivarse, seguir investigando, actualizarse y crecer, ha desatado interesantes debates.
¿ Que los docentes no leen? ¿ A qué se refiere ese “ no leer” cuando muchos consideran que, colmados de circulares, nuevas disposiciones, producciones de los mismos alumnos y textos que deben transmitir pasan horas decodificando- en muchos casos descifrando- textos?
Ese argumento, utilizado por algunos profesionales de la educación y afirmado por otros que confiesan: “cuando llego a mi hogar digo basta a tanto leer”, nos lleva a preguntarnos a qué tipo de lectura se refiere la UNESCO en su estudio.
¿ Acaso se refiere a los textos informativos que los maestros y profesores están mínimamente obligados a conocer para transmitir información y conocimientos, o, se refiere, en cambio, a la lectura formativa, nutricia, seleccionada de acuerdo a gustos y necesidades internas que van más allá de lo puramente aplicable en el aula y que puede hacerse leyendo buenos textos cualquiera sea su soporte, aún de la TV?
Consideramos que éste es el punto en que debe centrarse la discusión, porque a lo que la Encuesta se refiere, es, sin dudas, al consumo cultural del docente en relación a la formación de su mundo sujetivo y su impacto en su tarea formadora.
LO QUE DICEN LOS DOCENTES
Los docentes, en general, pero sobre todo los de las escuelas primarias- que son los más cuestionados por el estudio- se han defendido aduciendo que no leen por diversas causas: escasez económica para comprar libros, falta de tiempo, desgaste físico y falta de fuerzas después del arduo trabajo con los chicos como para salir nuevamente de su hogar y asistir a centros irradiadores de cultura. También hablan de falta de estímulos “ al final no se valora ni a los creativos, ni a los que saben más o enseñan mejor”, se escucha.
Nosotros, padres, familiares, amas de casa, los que estamos al otro lado de la escuela pero lamentamos la situación de anomia en que ha caído la formación de los niños y adolescentes, intentamos aportar a la problemática nuestra propia visión.
LOS DOCENTES, PARTE DE NUESTRA REALIDAD
¿Que los docentes no leen? ¿Por qué habría de extrañarnos?
¿ Acaso no son ellos, también, habitantes de un país en el que la mayoría no lee, no busca información, descree o ni siquiera se pregunta sobre los beneficios formadores de la buena lectura?
¿Acaso no se habla de la muerte del libro- de los libros formativos, de los buenos textos, de las publicaciones de excelencia? ¿Acaso no se multiplican, en cambio, las páginas llamadas “ amarillas “, publicaciones que distraen la atención que demanda la realidad describiendo y narrando vidas ajenas, caras y cuerpos bonitos, argumentos chismosos, andanzas frívolas que bien pueden entretener pero que sólo distraen del paso del tiempo, sumergen en la pasividad, enajenan del propio sentido? Y acaso, por fin, ¿no debemos confesar que la TV, reina de la casa, cada vez más llamativa, estruendosa, gigantesca y metida en los hogares, ha hecho presas, a las mayorías, de su fascinante mediocridad?
¿Por qué entonces ha de pedirse a los docentes que escapen a su encantamiento, a los argumentos de novelas que sobrecogen las emociones con sus recursos tan bien estudiados para mantener el suspenso, distraer la atención y hasta la voluntad de actuar? Y si se trata de noticieros, ¿no es verdad que cada día son más llamativos, estruendosos, condensadores de lo malo sucedido y por suceder como para sacudirnos y hacernos sentir que por suerte estamos vivos?
Lo que algunos docentes - los menos- han confesado es que prefieren ver por horas TV a la lectura de un buen libro, de una página de opinión, de un texto reflexivo.
LO QUE LOS BUENOS LIBROS ENSEÑAN
Ana Quiroga en su libro “ Matrices del aprendizaje” aporta- a quienes lean sus inteligentes páginas- análisis que bien pudieran ser utilizados para explicar por qué en nuestro país la mayoría no tiene desarrollado el hábito de la lectura, fenómeno que involucra, lamentablemente, a quienes, por ser profesionales de la educación, debieran ya haberlo incorporado, como condición básica de su formación.
La autora habla de lo que llama “matrices de aprendizaje”, diciendo que el pensamiento y comportamiento humanos responden a una “matriz o modelo interno de aprendizaje que es la modalidad con la que cada sujeto organiza y significa el universo de su experiencia y sus conocimientos”.
Siguiendo su aporte podemos decir que esos modelos o matrices se construyen a lo largo de nuestra trayectoria como seres biológicos, emocionales y sociales y pueden ser estructuras cerradas- lo cual perjudica y disminuye las capacidades de su portador pudiendo constituirse en graves patologías- o en cambio ser abiertas, en movimiento continuo y dispuestas a permanentes modificaciones. Además pueden ser de orden individual o social por lo que podemos hablar de “matrices de comportamiento argentino”, por ejemplo.
Es indudable que la realidad actual, construida bajo el síndrome del cambio permanente, necesita de matrices de pensamiento abiertas y dispuestas a adecuarse y responder a las exigencias cada día mayores del contexto.
Sin embargo, ¿ha formado, la misma escuela de la que egresan nuestros docentes, mentalidades para esa necesaria adaptación? ¿Son los docentes personas dispuestas a cambiar, lo que significa crecer permanentemente?
Consideramos que el autoritarismo que ha imperado en la escuela argentina, la lección repetida, la negación de la creatividad, el nivelar “para abajo”, han formado mentalidades poco dispuestas a las transformaciones.
Por otra parte, la cultura del zafar, “ zafar y pasar, zafar en los exámenes”, la “ viveza criolla que sigue reinando entre nosotros, haciéndonos creer que es de vivos esforzarse lo menos para aprobar, rendir exámenes rogando
“que nos toquen las pocas bolillas estudiadas”, esa mala costumbre de
“estudiar para la nota, la maestra o el profesor” que nos viene de la tradición, de la política del acomodo, de la recomendación, del hacerla fácil que ha alimentado la misma complicidad familiar, son un manojo de malos hábitos que han viciado la conducta de los argentinos en general y hecho de la matriz ciudadana de las mayorías una disposición al facilismo, una negación del esfuerzo.
Además, el Estado, tradicionalmente demagogo y clientelista, conserva y sigue alimentando esa matriz receptora, pasiva, y en demasiados casos, parasitaria, en la que se ha grabado, a fuego, la idea de que no hay para qué esforzarse.
CÓMO SALIR DE ESA MATRIZ
No es de extrañar, entonces, que el docente, subsumido en la realidad de las mayorías, se resista a un acto que, como lo exige la lectura, demanda esfuerzo.
En el silencioso acto de leer, sobre todo textos en que el pensamiento se eleva y las ideas nos sobrevuelan, se requiere el ejercicio que suele resultarnos más difícil: el de la introspección.
Cada palabra, oración, párrafo, las llamadas micro estructuras van formando para el lector nuevas visiones, otras perspectivas, emociones, vivencias, reflexiones cargadas de sabiduría, obligándolo, a una macrovisión en la que ubique su propia existencia.
La buena lectura nos lleva a ser nosotros mismos, a despertar del letargo impuesto por la sociedad consumista, permitiéndonos ser protagonistas creativos de una nueva realidad que sólo los buenos libros pueden transmitir.
Por eso, leer un buen texto, debe ser una acción surgida desde dentro de uno mismo, de acuerdo a las auténticas necesidades y preferencias- no impuestas por el mercado editorial y el marketing.
De esa manera vamos dando con textos que, desde cualquier soporte- un diario, una revista, un libro, un artículo de Internet, parece escrito para uno, nos habla a nosotros mismos, se incorpora a nuestro universo personal y lo dilata. Lo llena de luz.
Por eso Jaim Etcheverry, autor de “La tragedia educativa”, puede decir:
“No leo para saber más, leo para saber vivir”.
Por eso leemos hasta en un graffiti: “Leer es vivir acompañado”.
Por eso Borges pudo declarar: “No se llega a ser por lo que se escribe sino por lo que se lee”.
El llamado de una palabra, una película, una conferencia, una reflexión de los comunicadores televisivos o radiales, cualquier texto de la humana comunicación, puede operar la mágica apertura de matrices cerradas a lo nuevo, descubrir paradigmas, estimular el deseo de seguir creciendo.
Por lo tanto, los docentes que estén dispuestos a sumarse al hábito de leer, ganarán en su calidad de vida, en su condición de educadores y podrán pararse frente al aula, los padres y aún ante las autoridades educativas y políticas con la seguridad y solvencia que otorga una auténtica formación intelectual y espiritual.
Gladys Seppi Fernández
La lectura de un artículo publicado por LA VOZ DEL INTERIOR, nos acerca, por ejemplo, a las advertencias que Giovanni Sartori, sociólogo italiano que ha ganado la última edición del premio PRÍNCIPE DE ASTURIAS con su libro “ Homo videns”, hace en él sobre la TV como “ piratería financiera que nos ahoga”, afirmando que “el hombre que mira la televisión en exceso pierde la capacidad de entender la realidad que aparece deformada por la pantalla” El reconocido sociólogo acusa a los medios porque no informan sino deforman la realidad. La mayor parte de los programas, envilecidos por un criterio e interés puramente comercial no aportan a la formación de la persona.
En este libro- de gran difusión en su país, Italia, y en el mundo entero- Sartori acomete contra los empresarios que se adueñan de los medios de comunicación, seduciendo a las mayorías, induciendo inescrupulosamente al consumo adormilante y estupidizante , y “ que se enriquecen y consolidan con la propiedad de los canales y ajustan sus programas con estudios de audiencia que responden- cada vez en más pronunciada caída- a lo más fácil y bajo del hombre, lo que se supone la cultura y evolución ya debiera haber superado.
La lectura de libros como éste operan como el necesario sacudón que saca del estado de sugestión que invade a las mayorías. Pero , ¿ a quienes? A quienes leen, un diario, un artículo de reflexión, un libro cuidadosamente elegido.
“ No es joven quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos. Quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
No es joven, - y realmente es viejo- quien hace de la televisión su gurú. Quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre el blanco y los puntos sobre las íes a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Quien no lee, quien no encuentra gracia en sí mismo, quien no se deja ayudar, quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, quien no pregunta sobre un asunto que desconoce…
Si te vas a calentar que sea al sol; si vas a engañar que sea a tu estómago; si vas a llorar que sea de alegría; si vas a mentir, que sea la edad; si vas a robar, que sea un beso , si vas a perder, que sea el miedo, Y si existe hambre que sea de amor. Si es para ser feliz… que sea todo el tiempo”. - Pablo Neruda”