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 ESTADO Y GOBIERNO, LA GRAN CONFUSIÓN

Para los argentinos los significados gobierno y Estado
parecen ser lo mismo y la famosa frase que
pronunciara el rey Luis XIV “L’Etat, c’est moi”
(“El estado soy yo”) sigue encarnada en algunos
gobernantes que actúan sin tener en cuenta los límites significativos
entre Estado, que es una categoría superior, el
todo, y gobierno, que es una pieza subordinada, sólo una
parte subsumida en él y a su servicio.
¿Cuál es el resultado de esta confusión en nuestro
país?
Creemos que una de las más graves es que, al final de
cada período del gobierno que haya hecho suya la famosa
frase de Luis XIV, el Estado queda empobrecido, no sólo
viciado sino vaciado de sentido, de significado, de
fuerzas, de contenido y de valores.
En la Argentina de hoy todo es una misma mixtura y lo
que debiera considerarse permanente, lo que es la esencial
forma de organizar la vida de la república de acuerdo
a una identidad que se debe ir consolidando, lo que debe
seguir una dirección sostenida que trascienda en el
tiempo, se desarrolle y crezca, el Estado, termina perdido
en la transitoriedad del gobierno de turno, en sus hechos,
aciertos o errores.
Los ciudadanos de este país todavía no manifestamos
la debida reacción al respecto porque aún tenemos muy
confundidos los términos y nos cuesta mucho discernir
cuando se habla de uno o de otro. Admitimos que se diga,
por ejemplo: “Lo hacemos por interés del Estado”,
cuando en realidad es de un gobierno, o “para resguardar
los bienes del Estado”, cuando en verdad se protegen los
personales, y así hablando de negociados, de leyes, de impuestazos,
de ataques a las instituciones y tantas acciones
de las que leemos o escuchamos hasta el cansancio de la
confusión.
Una confusión que hoy nos ha llevado al punto de hacernos
creer que las disposiciones tomadas por pocas personas
–a decir verdad por una sola–, a veces tan erráticas
y costosas, son las que toma el Estado, lo que les da el estatus
de valederas y únicas posibles.
Sin embargo muchos argentinos empezamos a ver,
entre la nebulosa, cómo las construcciones levantadas
entre equívocos, la falta de planes de largo alcance y de
previsión y visión del futuro, por ejemplo, esenciales a un
Estado fuerte, caen desbaratadas, dejando, eso sí, y por
lógica consecuencia, un Estado inconsistente.
Robustecer el Estado
Los argentinos nos manifestamos cada vez más, nos
atrevemos a más, vamos recuperando, a fuerza de sufrimientos,
la autoestima, la confianza en el valor de nuestra
participación y responsabilidad y, aunque la voz de los
cacerolazos parece no hacer mella en los oídos de sus destinatarios,
sí llegan los mensajes de la suma de votos ciudadanos.
¿Cambios? Todavía no los visualizamos. Se necesita
mucha grandeza para admitir errores y rectificar rumbos.
Lo que sí sabemos, y es certeza, es que cuanto haga cada
gobierno central, el de cada provincia, el de cada pedacito
del territorio nacional, por pequeño que sea, lo que haga
el gobierno y también las acciones de cada ciudadano
suman o restan, marcan el destino del Estado, lo desvían o
lo ponen en su correcta dirección, lo robustecen o lo debilitan,
lo que es lo mismo que decir que mejoran o no la calidad
de vida de los ciudadanos o la empobrecen.
Poco a poco la mayoría de la ciudadanía abandona la
Aparece el “conocimiento en todos los
medios”, nos convertimos en especialistas
en diferencias de potencial eléctrico
(¡como si la persona que está en la
playa se fuera a preocupar por dónde
poner los pies!), en conductores eléctricos,
en cómo avanzar o evitar un accidente
en la ruta, en práctica forense, en
juicios de familias, etc. Pero siempre
luego de que un evento grave ocurre, y
rápidamente nos olvidamos de lo que sucedió
y de cómo evitarlo.
Y es aquí donde enlazamos con las
primeras líneas de este escrito: educar no
es esperar que las cosas pasen para informar
que hacer. Educar es ofrecer el
conocimiento a la sociedad en forma
previa a los hechos y en forma continua,
para que ésta logre relacionarse con él y
cambie su forma de actuar (sociabilizar,
que nada tiene que ver con “ser educado”,
como popularmente se dice).
Educar hará entender al pueblo que
todos tenemos un valor intrínseco por ser
“simplemente humanos” y por lo tanto
valemos más que cualquier cosa (y sobre
todo más que el dinero), y por ello debemos
aprender a cuidarnos y obligar a
que nos cuiden.
El conocimiento sirve para entender
esto. Un pueblo educado, con responsabilidad
social, logrará vivir en un país soñado
y, entre esos sueños, poder leer titulares
como: no se han registrado muertes
en la ruta en lo que va del verano; no
hubo ningún parricidio; muchas tormentas
eléctricas pasaron desapercibidas
ya que la población adoptó las medidas
preventivas correspondientes; los
productos de consumo básico no aumentaron
durante las vacaciones; y otras noticias
por el estilo.
Esta relación conocimiento-educación
involucra a todos: turistas, trabajadores,
estudiantes, profesionales, legisladores,
policías, bomberos, etc. Es decir
a todos los ciudadanos, a todos los habitantes
del país. En función de ese conocimiento
cada uno de ellos deberá actuar
de forma criteriosa, con conocimiento,
para prevenir esas muertes o esos daños
evitables. Volvamos a los ejemplos: un
alumno de primaria y secundaria debería
saber que en las tormentas eléctricas deberá
suspender las actividades al aire
libre; a su vez el responsable del predio
al aire libre (llámase dueño de la cancha,
pileta, playa, club o patio del vecino,
etc.) deberá arbitrar los medios para establecer
una normativa (de educación e información)
para prevenir daños. Un turista
debería saber qué hacer si se
enfrenta en el mar, la montaña o en el río
con una situación similar, y exigir al propietario
del sitio (público o privado), que
seguramente le ofrece el servicio recreativo,
que informe y eduque y dé pautas
de acción, como así también que arbitre
los medios para hacerlas cumplir. Un policía
debería exigir en forma similar si
observa que no se cumplen las normas de
seguridad. Un profesional (ingeniero,
médico, químico, abogado, periodista,
etc.) debería exigir e imponer su conocimiento
cuando observe estas situaciones
de desconocimiento. A los legisladores
les cabe la responsabilidad de hacer
llegar ese conocimiento a la población en
forma continua, a través de la escuela, de
los medios de comunicación, de charlas
informativas, de programas especiales
para “todos”, y hacer cumplir las normas
y estar vigilantes a cualquier distorsión
de las mismas.
El que no sepa o no conozca o desconozca
que los rayos, los ciclones, los tornados,
los terremotos, las inundaciones,
las epidemias, los incendios, los cortes
de luz o de agua por períodos prolongados,
los choques a alta velocidad, los
psicópatas, los perversos, los especuladores,
resultan potencialmente peligrosos
para la salud propia y de terceros,
deberá reconocer que el desconocimiento
y la deseducación también son
peligrosas, pero para toda la sociedad.
(*)Médico. Especialista en Clínica
Médica.Magíster en Educación
“L’Etat, c’est moi”
(Luis XIV, 1655)
vieja concepción de que el Estado es un ente abstracto y
ajeno, por lo que propender a su desarrollo, fortalecerlo,
se ha transformado en una necesidad, una imperiosa necesidad
de la que estamos tomando conciencia. Maduramos.
La semántica de la palabra gobierno habla de temporalidad,
lo limita a un período, dice de la oportunidad que
tienen los elegidos por el pueblo para que, siendo dignos,
cumpliendo merecidamente su tarea de conductores y respondiendo
a la confianza que se ha depositado en ellos,
puedan engrosar, fortalecer, energizar y hacer crecer el
gran panal nacional, el Aleph que nuclea los esfuerzos de
todos, el gran cerebro adonde van a parar, para su conjunción,
crecimiento y prosperidad, las labores y esfuerzos
de cada uno. Cada pensamiento obra y creación deben ser
encauzadas por el gobierno hacia una bien orquestada y
constructiva comunicación de las neuronas estatales.
La connotación de Estado resulta, entonces, de la suma
de los resultados que se registran en la atemporalidad, en
la permanencia.
Por lo que a ese eje vertebrador deben dirigirse las acciones
de todos los que formamos el país, desde las de
cada obrero, desde la abeja reina a cada ciudadano que, en
nuestro humano caso, nunca, nunca debieran permitirse
ser zánganos.
El día en que los argentinos tengamos claro que el que
gobierna llega para asumir responsablemente una misión
que se continúa y proyecta en el tiempo, que se debe articular
en el Estado lo bueno conseguido corrigiendo los
desaciertos; cuando el gobierno subordine sus intereses,
sobre todo personales, al destino del Estado, se ha de solidificar
o debilitar lo que es de todos.
La grandeza o la provocada pequeñez de nuestro país
es la propia y nuestra vida cotidiana personal, sobre todo
el crecimiento o estancamiento material y espiritual, depende
del Estado argentino que necesita clarificar un objetivo
común, distintivo, fuerte, seguro de sus pasos, con
una educación, su gran vertebradora, que marche hacia
fines que vigoricen su identidad y que sean conocidos por
todos los ciudadanos. Fines que, lamentablemente, aún
no se distinguen o perfilan.
La vida de cada uno depende de un país que sabe
adónde va, que ha encontrado su esencia y marcha a su
madurez. De un Estado que nos hace sentir partícipes y
nos involucra a todos.
Si hace más de dos siglos fuimos un país respetado por
toda América y el mundo por su emergencia; si marchaba
a la vanguardia en educación, en seguridad, en bonanza
económica; si mucho podía hacerse porque no existían límites
para su crecimiento, tenemos la esperanza de recuperar
ese camino para lograr su prometido desarrollo.
El Estado, de resultas de actitudes claras, debe dejar
atrás la sociedad desmigajada en que nos hemos convertido
para que logremos ajustar sus tareas esenciales,
como: el cuidado de nuestras fronteras, la emisión de una
moneda estable, el control de la inflación, un desempeño
policial y militar acorde a los grandes objetivos nacionales,
el mejoramiento de una educación que forme ciudadanos
pensantes y libres y la lucha contra el narcotráfico,
mal del que derivan, como sabemos, grandes y
dolorosos sufrimientos, etc.
Dos significados que deben complementarse: un Estado
fuerte y permanente. Un gobierno que hace lo suyo
deja sus marcas y pasa, tal como lo expresó Licinio: “Sólo
la autoridad de ser dignos nos pertenece para siempre. El
poder y la púrpura nos son prestados. Pertenecen al Estado
romano”.
(*) Educadora y escritora