¿Nos atreveremos a educar o nos limitaremos a instruir? ¿Nos decidiremos por la demagogia del “prohibido prohibir” o nos arriesgaremos a decir “no” cuando corresponda? Gladys Seppi Fernández. 28/04/2011 00:01 | Gladys Seppi Fernández (Autora del libro “Curso de educación sexual”)
La educación sexual en Córdoba, que debe responder a la obligatoriedad establecida en la ley nacional 26.150, se debate actualmente entre diversas posiciones, que generan distorsiones y crean confusión e incertidumbre en el docente sobre el sentido que debe dar a una materia que le resulta muy difícil de integrar, abarcar holísticamente y, como consecuencia, dictar. ¿Difícil? Sí, sobre todo cuando hemos asistido a resonantes equívocos en su enfoque.
Los adultos no hemos recibido una educación que profundizara y permitiera reconocer, por ejemplo, el sentimiento verdadero del amor, el que exalta y busca el acercamiento, y culmina su expresión en la unión sexual, oponiéndolo al enamoramiento, emoción pasajera inicial que acomete con fuerza, anula y ciega, de modo tal que puede llevar a cometer yerros traumáticos (embarazo adolescente).
Hubo rotundos cambios y bien sabemos los adultos cuán necesitados están ahora nuestros adolescentes de conocimientos que les permitan armarse de sus propias respuestas en el reacomodo de una edad que los llevará, o no, a lograr una personalidad sólida.
Actitud docente. Dejando a un lado a los que descreen totalmente de los beneficios y se oponen con franqueza al tratamiento de la sexualidad en la escuela; a los que son totalmente indiferentes y a los que consideran políticamente inconveniente impulsar la educación sexual, destacamos las dos posiciones opuestas que se definen en la actualidad:
Permisivos. Son los que, comprendiendo las urgencias sexuales de la población adolescente, asumen actitudes de total permisividad ante una sexualidad vivida sin barreras, transmitiendo a los adolescentes, eso sí, los conocimientos necesarios para que eviten riegos de enfermedades y embarazos indeseados. Esta posición indulgente y permisiva, conquista, como es natural, muchos adeptos y parece ser la que triunfa en la escuela.
Reflexiva. En una posición opuesta, se encuentran los que sostienen que la educación sexual es mucho más que instruir sobre métodos anticonceptivos y que ha llegado la hora de comprender que el verdadero control, el que vale la pena ganar, es el que brinda los conocimientos, la reflexión a la que se llega por la educación, cuya misión fundamental es despertar la conciencia, la admiración, el respeto y el cuidado por la vida, el amor, el otro. Así, por la reflexión, se desactivan los impulsos que atan al individuo a lo más primario. En esta educación sexual integradora, se considera fundamental, por ejemplo, incorporar, entre otros temas, el análisis del papel materno en la formación del ser, la influencia vital de su transmisión amorosa y positiva o de la angustia y sinsabor que se transmite al esperar a un hijo indeseado, como sucede en el caso de tantas adolescentes o mujeres adultas mal preparadas.
Por el camino del conocimiento y la reflexión, sin represión, los menores pueden y deben llegar a comprender que una sexualidad promiscua destruye el gozo de vivir y da lugar a traumas psicológicos profundos.
La revolución de la década de 1960 generó dolor y depresión. ¿No habrá llegado el momento de iniciar una contrarrevolución sexual que ponga las cosas en su lugar, que se atreva con los verdaderos nombres y la importancia de formar vínculos fuertes basados en una sexualidad sana? ¿Nos atreveremos a educar o nos limitaremos a instruir? ¿Nos decidiremos por la demagogia del “prohibido prohibir”, ganando dudosas simpatías, o nos arriesgaremos a poner límites, a decir “no” cuando corresponda hacerlo?