"Elevar al hombre a su humana dimensión"

( Artículo publicado por LA VOZ DEL INTERIOR – SECCIÓN OPINIÓN- el martes 18 de enero del 2000)



“Grandes maravillas existen en el mundo creado, pero nada más grande que el hombre”
De “Antígona“ de Sófocles

El brindis ya está preparado. Las botellas se agotan y la mesa festiva acapara toda nuestra preocupación.
Abrir las puertas de un nuevo año, de una nueva década, de un nuevo siglo y además, de un nuevo milenio, es motivo suficiente para el mayor brindis, para el mayor festejo, para un hincado agradecimiento.
Tenemos el privilegio de asomarnos al año 2000. Un milenio que ya nos anuncia las luces de su espectacularidad, fogonazos más deslumbrantes aún que los que nos regaló la última parte de la centuria que ya acaba.
Sin embargo sabemos que con esas luces conviven zonas de gran oscuridad de las que muchos anuncian que emergerán las aniquiladoras fuerzas del apocalipsis.
Tenemos pues motivos para la admiración y el orgullo pero también razones para el estupor y el desasosiego.
Porque en verdad, si maravillosos fueron, en avances científicos, en creaciones tecnológicas , estos últimos años, también fueron ciegas y segadoras las acciones del hombre en favor de su destino superior y trascendente, el único que puede brindarle paz y felicidad.
Es cierto que todos gozamos del privilegio de vivir en un mundo casi mágico creado por el ingenio humano.
Botones, esfuerzos mínimos, y las maravillas de la comunicación haciéndonos viajar a espacios infinitos.
Estamos ante lo increíble y más, mucho más, se espera aún.
Epoca de cambios, de movimientos vertiginosos, de imágenes en permanente mudanza fueron éstos a los que hemos ya asistido y que dan como resultado que todo un mundo aldeano , muy cercano en el tiempo- apenas décadas nomás- haya sido reemplazado hoy por las maravillosas conquistas de la técnica y de las ciencias que tanta más comodidad y bienestar procuran.
Asimismo en el ámbito de lo familiar y social fuimos testigos de pendulares cambios.
Desde un antes sobreprotegido por la calidez del hogar y la obediencia a estrictas reglas hemos pasado a una libertad que, en nombre de la autenticidad , se ha ido saliendo de madre y que ahora anda bastante descarriada e irresponsable.


AHORA , LA INTEMPERIE

Tanto apretar botones, tanto avanzar en el espacio , tanto reemplazar la ilusión por la visión, tanto barrer techos y limitaciones, este final de siglo, de milenio, nos ha dejado a la intemperie.
El precio de este desamarrarse en aras de una libertad ilimitada y en medio de tantos logros materiales, de tanta cosa cuantificable, es este andar muy desorientados, insatisfechos, confundidos, angustiados, depresivos y solitarios.
El hombre, en sus afanes expansionistas, parece haber olvidado al hombre, a sí mismo en lo que es esencialmente, y al que está a su lado en cuanto es hombre.
Es decir el ser humano parece desconocer la trascendente dimensión de su ser y confunde todo, aún a sí mismo con una cosa más que también se puede tener.
Como dolorosa consecuencia de esta actitud vital , el ser humano se ha transformado en juguete de las cosas que le ofrece el instante, ha detenido su atención en la inmediatez, perdiendo la visión de los horizontes del futuro, se ha dejado ganar por el hedonismo, el puro placer, y ha dejado a la deriva la conducción de su conducta.
Tiranizado, en fin, por las demandas de un materialismo exacerbado, ha procurado una sociedad dividida en dos desiguales grupos : los que tienen, los dueños, los poderosos, pequeña minoría, y los desposeídos , que se cuentan por millones.
En todos parece reinar una profunda angustia existencial. El inconformismo del sin sentido ha ganado el ánimo general.
En unos , los más, porque no tienen lo suficiente para vivir.
En otros, porque en medio de la sobreabundancia, en la cúspide de los logros materiales, se sienten vacíos y se desbarrancan hacia el abismo de la depresión y aún del suicidio. (Casos recientes que nos parecieron increíbles lo ilustran ).

LA TRASCENDENTE DIMENSIÓN DE LO HUMANO

Borges, parafraseando a grandes filósofos, habla de las tres dimensiones que los seres vivos ocupan en su despliegue vital. “ Los vegetales- dice- se proyectan en altitud, los animales, en extensión y los humanos en profundidad ”.
El hombre es un acaparador de tiempo, y su crecimiento y proyección suponen un derramarse a la dimensión de lo interno para, desde esa playa recóndita, personal y única, lanzarse hacia lo exterior, en el que se encontrará con su verdadera dimensión: un hoy vivido en estrecha relación con el pasado , que lo edifica, y el futuro, que lo proyecta.
Sólo vertebrado en su tiempo puede el hombre controlar sus impulsos, actuar con racionalidad, someter su conducta al timón que impone el rumbo hacia un objetivo existencial. Es decir vivir con dignidad.
En definitiva, ser hombre.
Y, mientras más profundo es , mientras más concentración le depare su autodescubrimiento y desarrollo, en tanto más busque y se distraiga en los laberintos de sus posibilidades internas, de su personal sentido vital , menos necesitará acaparar espacios físicos.
Porque es allí, en su propio interior , donde encontrará – como en los espejos borgianos- la revelación del valor de su ser, la fuerza de sus sentimientos, la adecuada catalización de sus sensaciones.
De alguna manera tiene esta concepción una intrincada relación con el principio latino que fue sustento de la grandeza de Roma : “ Nosce te ipsum”, ( conócete a ti mismo ), base de la educación y formación del joven y del ciudadano, que suponía la invitación a sumergirse en los abismos de la interioridad, bucear en esas profundidades, atender a sus llamados, determinar el sentido de la propia existencia, para , desde allí, iniciar el viaje, apasionante, del descubrimiento y conquista del mundo externo.
Claro que este “ nosce te ipsum “ estaba determinado por la mentalidad absolutamente práctica del hombre latino.
Sin embargo , y a pesar de sus limitaciones, era algo así como un reconcentrarse adolescente, un descubrimiento de sí, una vigorización del valor personal, una gestión del autorrespeto, del cuidado , para que, al llegar a la autonomía y madurez , se pueda realizar un efectivo aporte a lo colectivo, social.
Muchos siglos viene recorriendo la especie hombre en su desarrollo.
La historia y sus ciencias auxiliares nos dan cuenta del laborioso y accidentado proceso que, desde que el primer hombre asumió la posición erecta, ha delineado.
Un camino de siglos y milenios se zigzaguea en búsquedas afanosas, en bruscos cambios de rumbo, en abismales caídas, en el éxtasis de algunas edades doradas.
Y tal como sucede en el orden de lo individual, el hombre genérico, al que la evolución desde su dimensión cósmica permite reproducirse y progresar, atraviesa las edades de su desarrollo dificultosa y lentamente.
De tal manera que, al trasponer los umbrales del tercer milenio de la era cristiana, podemos afirmar que el hombre, el “ nacido de la tierra para emerger y sobrevolarla”, no alcanza aún su desarrollo pleno.
No ha llegado la humanidad , a pesar de los milenios transcurridos, a la edad madura, a la plenitud de su ser.
Y si bien sobrevuela el cosmos físicamente, en su dimensión interna tiene mucho que hacer aún para despegar de ras del suelo al que se ha aficionado porque aún no se ha dedicado a explorar con decisión y paso firme el misterioso, intrincado y maravilloso cosmos de la vida interna. 


LA HUMANIDAD SE HA DESARROLLADO EN EXTENSIÓN

Basta soltar la mirada a nuestro alrededor para que la admiración se adelante a proclamar las asombrosas creaciones del hombre.
La inteligencia superior con que ha sido dotado le ha permitido sobreponerse a la
naturaleza y transformarse en el rey de la creación.
Desde su aparición sobre la tierra, siguiendo las líneas que le impone el progreso, y retroalimentado por la tradición, el hombre avanza conquistando espacios.
La humanidad se ha desarrollado en extensión.
Ya desde los albores – la historia lo certifica- pareció ser preocupación y esencia vital la exploración y conquista de territorios, la acumulación de propiedades, la suma de riquezas materiales.
Desde siempre hasta nuestros días.
Botines, ganancias y despojos han signado suertes y destinos, valorizando o desvalorizando una especie confundida.
De esa manera ha transformado sus escenarios vitales, en muestrarios de posesiones. Y esa tendencia, agudizada en el recambio de los tiempos, ha dado en esta vidriera del siglo XX con que se espera ya el XXI.
El ingenio, la superioridad, la creatividad misma han sido puestos al servicio de un fin: tener...y mostrarlo.
Por algo se habla entre los sociólogos de la era de la cosificación, que no es sino el epílogo de un libro milenario que viene escribiéndose alrededor del mismo tema: Hay que hacer para tener. Hay que tener para ser.
Y – debe reconocerse- en este orden el nuevo milenio sorprende al hombre como un triunfador.
Claro que tal vez lo que no advertimos es que tras esa aparente máscara exitosa lo que realmente está tratando de hacer la especie humana es llenar con cosas los espacios interiores que van quedando vacíos.
Es la materialidad , las cosas que se tienen las que terminan por tenernos.

REACCIONES

Pero, por suerte, el hombre, poco a poco, como quien sale de una profunda ceguera a la luz, va descubriendo que por este camino tan poblado de elementos bonitos y hasta útiles, pero inermes, ante tanto ofrecido por la sociedad de consumo y conseguido a costa de esfuerzos denodados , no gana en cuanto a su felicidad, su plenitud.
Hay avisos muy elocuentes de que por este camino se está procurando una terrible desdicha, un doloroso desencuentro, una pérdida de sentido.
Un nuevo milenio se abre ofreciéndonos esta hendija de luz.
Y ya se van advirtiendo los cambios.
El hombre se vuelve poco a poco sobre sí, empieza a mirarse y a admirarse, como manifestación de una dimensión superior, como un destino que trasciende la pura animalidad- cuya dimensión es la extensión- para asomarse al campo de lo emocional, espiritual.
Quizás la angustia- de – “ angosto, oscuro “- en que se siente sumergido, no es sino un llamado que le impone mirarse a sí mismo, analizar sus sentimientos, atender a los Imperativos de su espíritu , reconcentrarse en su emotividad para advertir cuánto hay allí de intangible , que, justamente por incuantificable, define lo realmente humano.
La valoración y exploración del universo cerebral, de lo mucho que aún queda por explorar en esa geografía de neuronas cargadas de potencias, ya se ha iniciado.
También se habla de la importancia de desarrollar la “ inteligencia emocional “, sobre la “ computacional”, prestando así atención al misterioso campo de lo afectivo.
De esa manera se está volviendo la mirada hacia los territorios internos, donde hay mucho por descubrir y valorar.

Y SIEMPRE DESDE LA EDUCACIÓN

¡ Cuánto puede hacerse desde el hogar, desde la escuela, para que, poniendo al niño y al joven en el camino de la introspección, del conocimiento de sí mismo ,se inicie en el respeto y cuidado por su valiosa , única e intransferible humanidad!.
Quizás el joven, el hombre, haría mucho más por su crecimiento , y después por los demás, si empezara a explorar el mundo desde el conocimiento de sí mismo, desde la exaltación de sus posibilidades, desde la fortaleza de sus emociones adecuadamente conocidas y manejadas¡.
Seguramente la vida humana ganaría en dignidad, en autonomía personal, en dicha, si construyera su propia vida a partir del conocimiento y la decisión de lo que quiere para sí.
La gran maravilla es estar vivos.
El gran descubrimiento es esta naturaleza superior que nos ha signado, y en cuya profundidad se guardan insospechables misterios.
Quizás sea en este tercer milenio cuando empecemos a explorarla, a valorarla, a ponerla en su justo lugar , y a vivir consecuentemente.
Si este camino se emprendiera sumaríamos a nuestro brindis un motivo realmente gozoso, realmente esperanzado y feliz.

Gladys Seppi Fernandez