Para que Argentina sea un lugar saludable

PARA QUE ARGENTINA SEA UN LUGAR SALUDABLE

“Tú eres una comunidad de células. Cada una tiene su función. Salud es cuando los cincuenta billones de células de cada ser humano viven en armonía. La vida en comunidad es saludable cuando las células que la componen viven juntas, cooperativamente y abundan los pensamientos positivos. Lo contrario es estrés y  de allí,  enfermedad”.
Bruce Lipton

Lo dice la ciencia: una vida comunitaria armónica o lo contrario repercute en la salud de cada célula social, de cada individuo.
Sin embargo, nuestro país, vive permanentemente enfrentado por guerras inútiles,  enfermando el cuerpo social, envenenando la vida comunitaria y provocando un estrés dañino a cada habitante, del que devienen graves afecciones. Este gran cuerpo de más de cuarenta millones de habitantes está, empezamos a reconocerlo, muy enfermo.
La intoxicación nos desune y pone por encima de los más altos valores, como es el progreso del país, ganar disputas estériles por lo que urge que todos tratemos de curar, con decisión y fuerza, la hasta ahora indomable, irrefrenable y rebelde dolencia que padecemos.
Una peste, sembrada en cada estamento social, en reparticiones y jurisdicciones diversas se inflama hasta alcanzar un estado de máxima virulencia que ha ido contagiando a cada célula del  cuerpo social. 
Las noticias diarias, las medidas aceleradas del nuevo gobierno y las actitudes de los que las resisten,  están provocando una sensación de caos que, seguramente,algunos, los más fanatizados,festejan, sin saber que, como dijo Agatha Cristie, “la vida no puede ir hacia atrás” y que el mal sembrado se vuelve contra todos, contra los mismos que lo derraman.
Estamos en guerra  como vemos diariamente  en los enfrentamientos televisivos de gente que busca imponer ideas gritando y sin dialogar para llegar a un respetable entendimiento. Unos van por lograr un  país más ordenado, más serio, más consciente de su destino, otros se empeñan en la fabulación de un relato que nos sumió en la mayor de las miserias morales de nuestra historia. ¿Cómo superar tan tremendo desencuentro?
Unos dicen y es cierto, que durante doce años vivimos en la abundancia; otros ven, en cambio, que esa sensación de bienestar se logró arrojando en el río del mercado financiero billetes sin respaldo real que cumplieron su objetivo de hacernos sentir, ficticiamente,  regalados; unos declaran, y es verdad, que los sueldos aumentaron, que el impulso a consumir fue facilitado, incitado, satisfecho; otros reconocen que se repartieron millones, pero aducen que ganamos en derechos perdiendo obligaciones porque nada se exigía a cambio y que una gran cantidad de argentinosenmañados y  privilegiados alcanzaron a gozar de las prebendas de sueldos inimaginables por hacer poco y aplaudir mucho.
¿Cómo negar que la realidad permanecía muda y hasta indiferente ante el despilfarro y descontrol, mientras la plata dulce nos acariciaba y los días festivos se multiplicaban  en una jarana continua de irresponsabilidad, en un interminable recreo? Sin embargo, sabíamos que el timbre que anuncia el final sonaría y que en algún momento entraríamos a clase con una nueva y exigente maestra.
¿Por qué no reconocer que lo pasado fue un tiempo de ficción? En el aula del país vuelven a darse las lecciones de la realidad, el conocimiento del mundo, los premios y reconvenciones  y también las malas notas, las que duelen.
Lo sensato, lo maduro, sería aceptar que no todos los días se pueden vivir como de fiesta, que si una maestra permisiva regaló, con tan liviana actitud paternalista y facilista, notas excelentes a lecciones mediocres, que si para simpatizar no exigió el trabajo y el esfuerzo necesarios a cualquier construcción, es obligatorio ahora, subsanar los estragos producidos por días de parranda de la que tanto gusta el populismo. Es hora de recomponer la casa, porque, ¡no hay remedio y bien lo sabe la conciencia!, si continuamos en este estado de desbarajuste, nuestro lugar, el grande y el más pequeño, serán inhabitables.
Es tiempo de reconocer, y seguramente lo hace el discernimiento de todos los argentinos, que el desorden es dañino y que, si no se ordena lo que está de patas arriba, llegaremos a la quiebra.  ¿Cómo lograr que todos asuman semejante desafío? ¿Cómo  convencernos a cooperar y a brindar nuestras capacidades al bien del conjunto?
Tratar de curar la enfermedad que estamos padeciendo significa reflexionar honestamente: la salud del país está en juego, cada célula social, los cuarenta millones de habitantes debemos aceptar  los cambios impuestos por la democracia, que exige, fundamentalmente, señalar y reconocer errores, pero también aciertos para marchar hacia adelante.
 Si le damos tiempo a las nuevas autoridades, si transformamos los desencuentros en una espera prudente, si participamos activa y positivamente, lograremos lo que es el deseo justo y genuino de todos: un país sano, maduro, progresista que permita a cada uno ocupar su lugar, desarrollarse. Un país para vivir en paz.

Gladys Seppi Fernández


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